Con el especial homenaje a la bandera, de Rogelio García Galindo
En Ifni las líneas de comunicaciones militares habían quedado cortadas. Desde algunos fuertes y puestos avanzados llegaban agónicas peticiones de auxilio. Los marroquíes por miles, envalentonados y bien armados invadieron la provincia española, dispuestos a pasar a cuchillo a los españoles. Tiugsa, Temín, Tabelcut, Tiluín, Tezlata e Isbuía emitieron informes de que estaban siendo atacados por fuerzas marroquíes. En Sidi-Ifni, la población se levanta de la cama con un nudo en el pecho.
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Un escrito de José Antonio Crespo-Francés
Un escrito de José Antonio Crespo-Francés
En Ifni las líneas de comunicaciones militares habían quedado cortadas. Desde algunos fuertes y puestos avanzados llegaban agónicas peticiones de auxilio. Los marroquíes por miles, envalentonados y bien armados invadieron la provincia española, dispuestos a pasar a cuchillo a los españoles. Tiugsa, Temín, Tabelcut, Tiluín, Tezlata e Isbuía emitieron informes de que estaban siendo atacados por fuerzas marroquíes. En Sidi-Ifni, la población se levanta de la cama con un nudo en el pecho.
Los
puestos fronterizos y los destacamentos más pequeños se perdieron en la oleada
enemiga. Algunos, defendidos por saharauis leales resistieron hasta la muerte.
En la capital se rechaza a duras penas el ataque marroquí con apenas municiones
para los viejos máuser de cinco tiros, sin granadas para morteros descalibrados
y viejos, ni combustible. Soldados españoles sin botas, alpargatas de esparto y
cuerda, acostumbrados de siempre a luchar solos y sin esperanzas, detienen a
los marroquíes, que pese a su superioridad, no asaltan, se limitan a bombardear
con morteros. Morteros nuevecitos vendidos por los españoles… ¡Que tiene
cojones la cosa!
Lo
mismo pasaba en los fuertes asediados… Hazaña olvidada de nuestra memoria.
Soldados que pese al abandono, la miseria, la distancia, la pasada guerra
civil, sin comida, agua, munición, ni certeza de victoria, aguantaron entre
bombazos y disparos a un enemigo muy superior. No permitieron que les echasen, no
al menos gratis, no al menos sin plantar cara y dejarles claro que dentro de
aquellos fuertes, estaban unos de los
más duros soldados del mundo. El ejército de las alpargatas, pero de los
huevos de hierro.
Sesenta
Tiradores de Ifni, con españoles peninsulares y saharauis, defendieron el
puesto de Tiliuín ante el ataque marroquí desde el mismo día veintitrés de
noviembre. Igual que en las películas de la Legión Extranjera
francesa, que a ellos les hacen
películas y documentales, lo contrario que aquí donde no se ensalzan las
batallas, valor, sacrificio y bravura de nuestros soldados.
Imaginemos
el desierto, la arena y el calor sofocante, la línea del horizonte llena de
enemigos que atacan y atacan sin descanso en oleadas inacabables. El fuego
incesante de mortero sobre la posición, las ametralladoras barriendo las
murallas… Imaginen a los españoles en las aspilleras, venga a meter peines al
máuser, que es viejo pero fiable y preciso, ¡menos mal que algo funcionaba!,
porque los morteros se atascaban cada dos tiros, y las granadas no sabe uno si iban
a estallar al salir de la boca del mortero… Y apenas hay agua y comida para los
sesenta soldados y los civiles que hay refugiados allí.
El
veinticinco de noviembre, al amanecer, viejos motores romper el aire del
desierto. Una escuadrilla de vetustos Heinkel 111, que rasantes ametrallan el
suelo. Los yanquis han vetado el uso de
armamento fabricado por ellos… Detrás los JU 52, igual que en Creta, lanzan
una nube de pequeñas siluetas que se recortan en la oscuridad y descienden
cerca del fuerte.
Son
los paracaidistas del capitán Sánchez Duque, descienden bajo un intensísimo
fuego enemigo, que dispara sobre ellos mientras están en el aire e intentan
acribillarlos al tomar tierra. El primer salto de combate… Los fogonazos
saliendo de todas partes para recibir a los novatos paracas, que sin embargo
saben reaccionar, responden al fuego y entran en el fuerte con algunos heridos,
pues traen órdenes de reforzar la guarnición y defender el fuerte.
Por
aire se suministra munición y agua, las cajas se desparraman y destrozan al
caer, por fortuna el viejo máuser dispara lo que sea, el agua y los víveres
apenas dan para la ración diaria y además desde Madrid insisten en recuperar
los paracaídas utilizados.
Se
hacen salidas para recuperarlos y en el fuerte ciento treinta españoles luchan
y mueren defendiendo su bandera. Aguantarán hasta el tres de diciembre en el
que una Bandera de La Legión
rompe el cerco enemigo y los saca de allí. El camino hasta Sidi-Ifni no será
ningún camino de rosas, sin vehículos y repeliendo emboscadas cada pocos
kilómetros. Se unirán a otra columna de liberados desde otro destacamento
igualmente duramente atacado por los marroquíes.
El
fuerte de Tzelata rodeado por fuerzas muy superiores, había sido atacado, al
igual que los otros a primera hora del veintitrés de noviembre. El fuerte de Tzelata
rodeado por fuerzas muy superiores, había sido atacado, al igual que los otros
a primera hora del veintitrés de noviembre, con morteros y barrido con
ametralladoras cada noche. Habían pedido socorro y abastecimiento a la capital,
pues estaba, como todos con lo justo pero no para un asedio largo y duro como
aquel.
Una
sección paracaidista es enviada en ayuda del fuerte, con camiones, ambulancias,
medicinas y municiones. El camino hasta Tzelata fue una continua escaramuza
contra el enemigo emboscado que inunda peñas y chumberas. El convoy no puede
llegar hasta el fuerte, se queda a un par de kilómetros. Sobre una loma se
organiza la defensa, con cuatro piedras, zapapicos y el valor y la
determinación de aquellos valientes que con las bocas secas gritaban viva
España mientras rechazaban, a la bayoneta todos los ataques enemigos.
Los
del fuerte los ven en la distancia y de lejos se apoyan unos a otros porque el
enemigo no tiene intención de abandonar. Unos y otros aguantarán firmes, viendo
caer a los compañeros hasta que el dos de diciembre se rompe el cerco de los
moros y se rescata a nuestros compatriotas. Se unirán a los que llegan desde
Tiluín sedientos y rotos como ellos, pero con el orgullo pintado en los rostros
demacrados de labios cortados. Los muertos inertes y fríos van en un camión, y
sus almas estaban ya en el paraíso, junto a los miles de compatriotas muertos
en la Historia
de España.
Allí
estaban el teniente Ortiz de Zárate y
Fandos el soldado de transmisiones, ejemplos de valor y esfuerzo, de
sacrificio por los compañeros, de integridad humana llevada hasta el final.
Los
españoles retirados a la capital Sidi-Ifni, donde el enemigo pretende cercarlos
y echarlos a patadas… Pero si no han podido echarlos de pequeños y mal
defendidos puestos, mal podrían expulsarlos de la capital, y más ahora que
parece que todo el país se ha puesto en pie de guerra…
El
asedio de Sidi-Ifni duraría hasta el verano siguiente. Los marroquíes no se
atrevieron a lanzar ningún serio ataque. Aquellos soldados en alpargatas,
renegridos del sol, acostumbrados a las calamidades, enamorados del desierto y
dispuestos a luchar hasta el final les causaban demasiado respeto.
Así
empezó hace ahora cincuenta y seis años la Guerra Olvidada de Ifni-Sahara. En Ifni, la Brigada Paracaidista ,
unidad recién nacida, se cubrió de gloria y aprendió a morir sobre el terreno,
sin apenas instrucción, con material que había que reutilizar mil veces, con aviones
del tiempo de Matusalen… Sin jurar bandera, saltaron algunos de los aviones
incluso, y la instrucción de tiro aprendida por el camino…
Hoy
en nuestra España solidaria, desmemoriada, irrespetuosa con su pasado y con el
futuro hipotecado, nadie se acuerda
de aquella guerra, muchos solamente la nombran para criticar al régimen
anterior y soltar espumarajos por la boca. Pocos abuelos nos quedan que puedan
contarnos lo que sintieron cuando aquella noche de noviembre, saltaron desde un
viejo avión con un solo objetivo en la cabeza y en el corazón. Rescatar a sus
hermanos sitiados. A españoles como ellos que estaban en peligro… Y lo hicieron,
y lo lograron… Con bemoles.
Hoy
día quizá habría que poner de acuerdo a
los 17 estaditos autonómicos, montaríamos debates sobre si es moralmente
reprobable, que si pobres moritos esclavizados por occidente, que si fascistas
que solo piensan en matar, que si mejor enviamos una ONG, que si van soldados
vayan sin armas, que hay que ver que por un cacho de desierto no nos vamos a
matar…
Hoy
día por mucho avión moderno que tuviésemos, quizá nos costaría llenarlo de
gente como aquella… E iríamos viendo las pistas llenas de pancartas de “no a la
guerra” y “alianza de civilizaciones”, coreados por nuestros titiriteros del
pesebre de la SGAE.
Hoy
día si estuviéramos en Tzelata o Tiluín no tengo claro qué pasaría. Bueno
podemos imaginarlo con Ceuta, Melilla, Perejil o los Peñones que cualquier
contador de nubes regalaría mientras otros nos hacen la gallinita en la
retirada.
Hace
poco en un abandonado parque público me senté junto a un abuelo, resultó que
fue “paraca” y que saltó sobre Tiluín, le pedí me contase, y lo hizo hasta que
a los dos se nos humedecieron los ojos, a la vergüenza sustituyó el orgullo, y
a la pena la alegría, y a la desesperanza el consuelo. Aquel soldado me hizo
sentir por dentro, que nacer español fue
mi mayor fortuna y mi mayor privilegio.
Aunque
este conflicto es un ejemplo de guerra olvidada, forma parte de nuestra
historia más inmediata y de la memoria de generaciones que aún viven. De la
misma manera, y como cualquier enfrentamiento bélico, causó víctimas: unos 300
españoles murieron y otros 500 fueron heridos, mientras se calcula que entre
las tropas marroquíes ocasionó unas 8.000 víctimas.
Hoy
recordamos a los españoles olvidados que hace tan solo cincuenta y seis años se
dejaron la vida en una tierra hostil, seca, dura, hermosa y mágica, que era
española y que no iban a dejarse arrebatar sin defenderla. España no puede
olvidar a los que murieron y defendieron La Ciudad de las Flores en el Territorio del Sahara
Occidental Español.