lunes

El servicio militar

Por Carlos Martí.
Habana 1897

 Capítulo  I de su libro EL SOLDADO ESPAÑOL


Es preciso destruir de la mente del pueblo la aversión o temor al servicio militar. Nada más equivocado. El valor de un Estado, no es otra cosa que el valor de los individuos que lo componen, y nosotros añadiremos que entra por mucho el valor del Ejército que lo defiende.
Si nuestro pueblo, uno de los más valientes, espontáneos y entusiastas por la patria; el primero que emprende expediciones guerreras para conquista de terrenos ignotos a donde lleva el símbolo de la fe y la luz de la Civilización; que siempre está dispuesto a auxiliar a los perjudicados y castigar a los perversos; que se revuelve como el león ante un insulto y rugiente y feroz se levanta al solo anuncio de que haya quien pretenda atentar a su integridad; si este pueblo, repetimos, guerrero por vocación se interesara por la preponderancia de su Ejército, no haciendo caso de rutinas que a nada conducen, ¿qué duda cabe que seríamos la primera nación militar del mundo?
No basta -con los adelantos modernos de la guerra- ser valiente, heroico: es preciso una excelente instrucción militar, un interés por el Ejército siempre latente.
Existen preocupaciones erróneas que se agrandan a la mera cita de la rimbombante frase «contribución de sangre», pintando horrores de cuartel, penalidad de servicios, exceso de deberes, severidades.  . . y sabido es que en el verdadero fondo no existe ni la mal llamada contribución, ni los horrores, ni las penalidades, ni los excesos, ni la severidad extremada.
Los jefes, los oficiales son verdaderos padres de estos milIares de individuos que les están encomendados y que se los entregan apocados por no decir ignorantes y los devuelven al seno de sus hogares, instruidos y convertidos en verdaderos hombres, hercúleos para el trabajo, útiles a la sociedad, convertido en brazos para la patria.

Aprender a ser héroe, a tener abnegación es la más sublime de las carreras, y el Ejército es la escuela de los héroes.
Cuando el quinto se incorpora al cuerpo a que va destinado, cuando hace su primera entrada al cuartel sufre siempre una: gran decepción: va allí atemorizado por las leyendas populacheras que le han inculcado, y comprueba cuan destituidas están de fundamento: espera encontrarse con mandatarios y se halla con consejeros: cree que se le deparan sufrimientos y encuentra tranquilidad absoluta: teme una existencia llena de peligros y es sorprendido con una vida exenta de contrariedades.

Cumpliendo como el mejor de los soldados, se le distingue como al mejor de los hombres: trabajando como el mejor de los obreros, se le premia con la mejor de las recompensas: respetando y obedeciendo a sus superiores, se hace digno de la estima de todos, siendo en este loable caso su licencia una brillante recomendación para la sociedad, la familia, pudiendo asegurar que nunca le faltará el pan cotidiano pues ella le facilitará el trabajo donde quiera que lo solicite. Es la mejor patente para todo hombre de honor y realmente patriota.
¡La licencia absoluta! La licencia absoluta a su debido tiempo, sin nota desfavorable que la empañe, es timbre de orgullo que se trasmite a los hijos, a los nietos.
 ¡Servir a la patria! Servir a la patria es timbre de gloria para una estirpe, para toda una raza, convirtiendo el anónimo apellido en dorado nombre que se esculpe en el sagrado altar a la nacionalidad erigido. . .
Pocos, muy pocos, a no ser los que ya nacen al mal destinados, reniegan después de haber servido en el Ejército del tiempo pasado en filas, muy al contrario, pues les sirve de repetido recuerdo, ora para ensalzar las cualidades de sus superiores que con rectitud les han dado la norma del bien, ora para citar agradables ratos pasados con sus compañeros, ora para enorgullecerse de relevantes servicios prestados, los cuales les han valido elogios y premios de parte de sus jefes.

Al primer golpe de vista y bajo la mala impresión de lo que les han anticipado, verdaderamente asustan los deberes, las repetidas revistas, la instrucción y los servicios; pero a los pocos días cuando se les ha enseñado a ser cumplidores, y, lo son; a ser limpios y lo resultan; a ser buenos guerreros y se les hace; a ser puntuales, serios y servidores, evidenciándoles lo elevado de su misión, cuanto representan significan y valen, entonces se convierten en hombres. Y al serlo solo poseen una ambición: la de ser buenos soldados y como a tales anhelan la primera ocasión de demostrar su entero amor a la patria y al Rey: a su patria y a su Rey.