Por Carlos Martí.
Capítulo I de su libro EL SOLDADO ESPAÑOL
Es
preciso destruir de la mente del pueblo la aversión o temor al servicio
militar. Nada más equivocado. El valor de un Estado, no es otra cosa que el
valor de los individuos que lo componen, y nosotros añadiremos que entra por
mucho el valor del Ejército que lo defiende.
Si
nuestro pueblo, uno de los más valientes, espontáneos y entusiastas por la
patria; el primero que emprende expediciones guerreras para conquista de
terrenos ignotos a donde lleva el símbolo de la fe y la luz de la Civilización ; que
siempre está dispuesto a auxiliar a los perjudicados y castigar a los
perversos; que se revuelve como el león ante un insulto y rugiente y feroz se
levanta al solo anuncio de que haya quien pretenda atentar a su integridad; si
este pueblo, repetimos, guerrero por vocación se interesara por la
preponderancia de su Ejército, no haciendo caso de rutinas que a nada conducen,
¿qué duda cabe que seríamos la primera nación militar del mundo?
No
basta -con los adelantos modernos de la guerra- ser valiente, heroico: es
preciso una excelente instrucción militar, un interés por el Ejército siempre
latente.
Existen
preocupaciones erróneas que se agrandan a la mera cita de la rimbombante frase
«contribución de sangre», pintando horrores de cuartel, penalidad de servicios,
exceso de deberes, severidades. . . y
sabido es que en el verdadero fondo no existe ni la mal llamada contribución, ni
los horrores, ni las penalidades, ni los excesos, ni la severidad extremada.
Los jefes,
los oficiales son verdaderos padres de estos milIares de individuos que les
están encomendados y que se los entregan apocados por no decir ignorantes y los
devuelven al seno de sus hogares, instruidos y convertidos en verdaderos
hombres, hercúleos para el trabajo, útiles a la sociedad, convertido en brazos
para la patria.
Aprender a ser héroe, a tener abnegación es la más sublime de las carreras, y el
Ejército es la escuela de los héroes.
Cuando el
quinto se incorpora al cuerpo a que va destinado, cuando hace su primera
entrada al cuartel sufre siempre una: gran decepción: va allí atemorizado por
las leyendas populacheras que le han inculcado, y comprueba cuan destituidas
están de fundamento: espera encontrarse con mandatarios y se halla con
consejeros: cree que se le deparan sufrimientos y encuentra tranquilidad
absoluta: teme una existencia llena de peligros y es sorprendido con una vida
exenta de contrariedades.
Cumpliendo como el mejor de los
soldados, se le distingue como al
mejor de los hombres: trabajando como el mejor de los obreros, se le premia con
la mejor de las recompensas: respetando y obedeciendo a sus superiores, se hace
digno de la estima de todos, siendo en este loable caso su licencia una
brillante recomendación para la sociedad, la familia, pudiendo asegurar que
nunca le faltará el pan cotidiano pues ella le facilitará el trabajo donde
quiera que lo solicite. Es la mejor patente para todo hombre de honor y
realmente patriota.
¡La
licencia absoluta! La licencia absoluta a su debido tiempo, sin nota
desfavorable que la empañe, es timbre de orgullo que se trasmite a los hijos, a
los nietos.
¡Servir a la patria! Servir a la patria es
timbre de gloria para una estirpe, para toda una raza, convirtiendo el anónimo
apellido en dorado nombre que se esculpe en el sagrado altar a la nacionalidad
erigido. . .
Pocos,
muy pocos, a no ser los que ya nacen al mal destinados, reniegan después de
haber servido en el Ejército del tiempo pasado en filas, muy al contrario, pues
les sirve de repetido recuerdo, ora para ensalzar las cualidades de sus
superiores que con rectitud les han dado la norma del bien, ora para citar
agradables ratos pasados con sus compañeros, ora para enorgullecerse de
relevantes servicios prestados, los cuales les han valido elogios y premios de
parte de sus jefes.
Al primer
golpe de vista y bajo la mala impresión de lo que les han anticipado,
verdaderamente asustan los deberes, las repetidas revistas, la instrucción y
los servicios; pero a los pocos días cuando se les ha enseñado a ser
cumplidores, y, lo son; a ser limpios y lo resultan; a ser buenos guerreros y
se les hace; a ser puntuales, serios y servidores, evidenciándoles lo elevado
de su misión, cuanto representan significan y valen, entonces se convierten en
hombres. Y al serlo solo poseen una ambición: la de ser buenos soldados y como a
tales anhelan la primera ocasión de demostrar su entero amor a la patria y al Rey:
a su patria y a su Rey.