Por
Adolfo Cano Ruiz
Era sobre la primera semana de diciembre de 1957. Estábamos en la montaña desde
el primer día del conflicto, ya se había establecido una primera línea
“provisional” y aunque todo era muy duro, parecía que había una cierta
relajación en lo de combatir. Seguían esas guardias de dos horas, (dormir dos
horas, guardia dos horas)
que cuando te tocaba sustituir a los centinelas avanzados a50 m . fuera de primera línea,
se tenía que hacer con cierta cautela, porque el agotamiento hacía que alguno,
aun con el miedo ante aquella peligrosa soledad, se quedase dormido con el dedo
en el gatillo y cuado llegabas sigiloso al relevo, en su despertar, te pegaba
un tiro que tenías que evitar.
que cuando te tocaba sustituir a los centinelas avanzados a
Éramos pocos para cubrir mucha línea. Por ese tiempo, vino una bandera de
(Seguramente
por la urgencia de mandar tropa de refuerzo).
Era…sobre la primera semana de diciembre. Se nos acercó el sargento ( la 23 compañía del IV Tabor de Tiradores, el sargento creo recodar que se llamaba Otero) pidiendo voluntarios para bajar al pueblo y aunque uno sabia aquello de “voluntario ni a una paella”, el salir, aunque fuese un rato de aquella horrorosa posición, me hizo dar el paso al frente. Sin saberlo, se estaba organizando la operación Netol para liberar el puesto avanzado de T´Zelata. Nos bajaron en un camión hasta las caballerizas, allí nos asignaron un mulo a cada uno cargado con armamento pesado al que había de subir al puesto de mando en la montaña.
Yo sabía que existían los mulos, pero nunca había visto uno de cerca, menos aun hacerme cargo de él y conducirlo hasta el puesto de mando. Mejor me hubiera quedado pues aquello para mí fue muy “jodido”.
Se habló de que algunos se dieron un tiro en un dedo del pie para salir de allí (por el número, hizo sospechar al mando militar que investigaron) y que al tal sargento Otero, lo mató un centinela al no dar el santo y seña.
Salimos al día siguiente muy de mañana, nos dieron la guarnición completa, una cantimplora de agua, una lata de sardinas, otra de carne, unos botines de tela con suela de esparto, la guarnición completa eran 20 ó
La
resistencia del cuerpo humano es, en muchos casos desconocida y también los
cambios de mentalidad ante el llamado espíritu de supervivencia, donde uno mata
hasta con rabia y un cierto contento de no haber sido él. Los 20kg., cargados a
la espalda, se convirtieron a la primera hora de marcha en una carga
insoportable, pero ocurría que cuando sonaban los “pacos” (se decía así por el
sonido del disparo, “PAM” cuando te disparaban y “CUM” cuando pasaba por encima
de la cabeza. Las balas peores eran las rebotadas que sonaban como “abejorros” y
hacían mucho destrozo) desaparecía el cansancio y con gran agilidad se buscaba
uno un sitio para atrincherarse hasta que se limpiaba la zona por la compañía
de vanguardia o retaguardia.
Recuerdo
algo, que dentro de mi propia batalla por eliminar de mi mente aquel pasado por
higiene mental, no conseguí borrarlo. Es algo que, aun hoy, conservo aquella
visión. Fue en camino a T´Zelata, una sección de mi compañía tenía que eliminar
un emboscado, que en una cueva ya había herido mortalmente a uno de los
nuestros y tenía a toda la columna parada.
Un
pelotón (en el que iba yo) consiguió acercarse por un lateral y tiramos al
interior de aquella cueva, bombas de mano (calculamos 9 bombas de mano). Cuando
entramos la visión fue dantesca, pero lo que mas perdura en mi mente, es que
había un macuto con un pan salpicado de sangre, nos lo repartimos entre los
tres que entramos y lo comimos sin limpiar y con avaricia, para que no nos
vieran los demás. No recuerdo bien si esto ocurrió al ir o al volver, pero sí
que llevábamos casi dos días sin comer, que estábamos hambrientos, agotados,
embrutecidos.
Nunca
he encontrado la respuesta, otra, de que el individuo debe sufrir en ciertos
momentos y en situaciones determinadas una cierta metamorfosis, contribuyendo a
ello supongo, unos elementos como la adrenalina y las endorfinas del propio organismo,
ya que uno, tiempo después no se reconoce.