domingo

Juventud divino tesoro


Por Adolfo Cano Ruiz, en:


Cumplida la misión de liberar Telata y Tiliuin, recuperando a la vez lo que quedó de la sección de Ortiz de Zarate, volvíamos a “casa”, a Sidi-Ifni.


Yo volvía cojeando debido a un mortero “moruno” caído cerca, que me hizo caer de espaldas sobre unas rocas y que me causaron una rotura fibrilar y 
un derrame interno en la parte posterior del muslo derecho.  Aun hoy introduzco los dedos en la rotura.

 Era al atardecer, seguramente por estar “caliente” la zona dañada, aunque con dolor, podía andar con dificultad. Ocurrió que, llegados a un gran valle, el mando decidió que la columna reposase más o menos una hora. Mi problema vino cuando de nuevo tuve que reanudar la marcha.

Era ya de noche y la temperatura había bajado, hacia frío y caía una pequeña llovizna, por lo que al enfriarse la zona afectada e intentar seguir a la columna, no podía. La columna se alejaba y yo quedaba solo. 
Dicen que el organismo es capaz de crear unas endorfinas de superior efecto que la morfina. Yo lo puedo certificar porque ante el terror de quedarme solo con los moros acechando, cojeando y apoyándome con el mosquetón como muleta, conseguí agregarme a la columna con bastante ligereza.

Llegamos a “casa”, creo que el 6 de diciembre. (Mi padre falleció el 3 de diciembre, estando yo en plena Operación Netol, lo supe unos días después y, por supuesto, no tuve permiso).

Yo cojeando, pero vivo. Recuerdo que la alpargata derecha, la de la pierna jodida, estaba rota y la tenía envuelta con un turbante que encontré.
Llegamos al Bulalam, detrás de la primera línea, puestos que habíamos dejado hacía unos días. Nuestro estado era lamentable y el agotamiento nos salía por todos los poros, aún más, cuando uno se sentía seguro (que es cuando el chip de la alerta se apaga y sale lo que contenía).

Recuerdo al teniente Atienza que había quedado en custodia del Grupo de Tiradores llegar a la zona, de pie en un jeep, que llevaba una gran cacerola de buen café y botellas de coñac. La verdad es que se repartió en abundancia y nos devolvió algo de vida. 
Yo encontré una hendidura en el suelo donde el cuerpo se adaptaba con una cierta comodidad y, cubriéndome con parte de la tela de la tienda de campaña, me quedé dormido.

Al día siguiente, al despertar, me di cuenta que había llovido por la noche. Toda la posadera la tenía en un charco que se había formado en la hendidura que también me había acomodado. La suerte fue que salió el sol y que tenía 21 años. Ni un triste resfriado, y la pierna aunque con un gran moratón me molestaba mucho menos.

JUVENTUD DIVINO TESORO……