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La oración de Ortíz de Zárate



El día 26 de noviembre de 1957 próximo al puesto de Telata en Ifni, el teniente legionario paracaidista Antonio Ortiz de Zárate había entregado su propia pistola a un soldado de automóviles que iba desarmado.
Iba pasando por los puestos para preguntar a su gente cómo estaban, cuando fue muerto por disparos marroquíes.
Quien se encargó de recoger los objetos personales del oficial caído y ensangrentado, tomó un anillo, una medalla, una libreta con dibujos y un papel con una oración manuscrita.
Los paracaidistas españoles y desde entonces, tenemos nuestra propia oración:

“¡Oh! Dios, Señor de los que dominan, Guía Suprema que tienes en tus manos las riendas de la vida y de la muerte, escucha:
-Haz, Señor que mi alma no vacile en el combate y mi cuerpo no sienta el temor del miedo.
-Haz que yo te sea leal en la guerra como te lo fui en la paz.
-Haz que el silbido de los proyectiles alegre mi corazón.
-Haz que la sed y el hambre, el cansancio y la fatiga, no lo sienta mi espíritu, aunque lo sienta en mi cuerpo y en mis huesos.
-Haz que mi alma, Señor, esté siempre tensa, pronta al sacrificio y al dolor.
-Que no rehúse, ni en la imaginación siquiera, el primer puesto de combate, la guardia más dura en la trinchera, la misión más difícil en el avance.
-Pon destreza en mi mano para que mi tiro sea sin odio.
-Haz por fe que yo sea capaz de cumplir lo imposible.
-Que desee vivir y morir a un tiempo.
-Morir como tus santos apóstoles, como tus viejos profetas, para llegar a Ti.
-Vivir como los abnegados misioneros, como tus antiguos cruzados, para luchar por Ti.
-Te pido, Señor, que mi cuerpo sepa sufrir con la sonrisa en los labios. ¡Como murieron tus mártires, Señor!
-Concédeme ¡oh! Rey de las Victorias! el perdón de mi soberbia.
-Quise ser el soldado más valiente de mi Ejército, el español más amante de mi Patria.
-Perdona mi orgullo, Señor.
-Te lo ruego por mis horas en vela, el fusil y el oído atento a los ruidos de la noche.
-Te lo pido por mi guardia constante en el amanecer de cada día. Por mis jornadas de sed y de hambre, de fatigas y de dolor. Si lo alcanzo, ya mi sangre puede correr con júbilo por los campos y mi alma pueda subir tranquila a gozarte, en el tiempo sin tiempo de la eternidad.”