jueves

Un grato recuerdo


Un día del mes de enero de 1958, le llegó a aquel soldado una carta de alguien que decía que quería ser su madrina de guerra.

Pero si él no había solicitado nada, pensó.
Con lo ocupado que estaba haciendo la guerra contra el moro y pensando en el futuro, como para enredarse en algo en lo que no había pensado.

¿Qué era eso de ser un ahijado de guerra?, se preguntó.
Pronto lo supo. Le decía una joven, que naturalmente no conocía, que alguien conocido de ambos, le había hablado de él y que gustosamente le enviaría desde Madrid, algunas cosillas como una maquinilla de afeitar o chocolatinas, papel de cartas, sobres y sellos para la respuesta. Que ella, se sentiría muy feliz de colaborar con España haciendo la vida más tranquila para un combatiente, etc.

Sorprendido, se lo comentó a un amigo del que sabía que tenía como treinta madrinas de guerra de varios países y con las que mantenía un entretenido intercambio de misivas y recibiendo muy frecuentemente, varios paquetes con aquellas cosas que él las solicitaba y que ellas gustosamente le enviaban. Tenía mucha cara dura porque además era novio oficial de una de ellas. Y el compañero en cuestión le enseñó unas cuantas fotos de varias chicas, dedicadas a su amigo por chicas de varios países y naturalmente de España.

Lo cierto es que el soldado de la historia, contestó a aquella primera carta agradeciendo la oferta pero sin hacer ninguna solicitud especial. En una segunda o tercera carta, solamente la pedía que le enviase una foto de ella para relacionarla con su imagen cuando recibiese escritas sus palabras.

No recuerda cuantas cartas se cruzaron pero no debieron ser más de seis. En una de aquellas cartas, ella le dijo que era la hermana de aquél don Juan que se escribía con treinta madrinas.

También aquel soldado recibió de su madrina, su fotografía y algún paquete conteniendo cosas variadas casi todas comestibles.

Pero cuando aquel soldado cayó herido, dejó de escribirla. Temeroso de que su grave herida sirviera para obligarla a mantener aquél intercambio de poco menos que insulsas conversaciones, dejó de escribirla empezando por no contestar a sus cartas.

¿Cuánto tiempo ha pasado desde entonces? ¿Cincuenta y tantos años cumplidos? Pues parece que fuese ayer cuando a su regreso de la guerra y estando en su casa rumiando mil ideas para el futuro y lamiendo sus  heridas, aquella chica se presentó ante él, de sopetón, para recriminarle su falta de valor para contarle lo que le había pasado y para decirle que ella seguía siendo su madrina y él su ahijado de guerra.

Para acabar, ha de decirse que supone que quien fuera su madrina de guerra, posiblemente nunca tendrá acceso a la lectura de esta entrada de este blog. Pero es igual, desde aquí la envía un  grato recuerdo de un ahijado de guerra.