jueves

El deber


Por Carlos Martí.
Habana 1897
Capítulo IV de su libro EL SOLDADO ESPAÑOL


La ciega obediencia en el soldado, debe ser una de sus principales cualidades. La vida en la milicia, es una vida de deber. Debe ser disciplinado y sumiso, atento y obediente, cumplidor y puntual.
Melville exclama en oportuna ocasión: - «Es mi destino, mejor dicho, es mi deber. Al fin y al cabo el más elevado de nosotros no es sino un centinela en su puesto.»
He aquí lo que es el soldado: Un perenne centinela.
Vela por lo más sagrado, por lo más grande, lo más sublime: la patria. Los que le mandan obedecen a órdenes de ésta. Por lo mismo cuando el soldado es llamado a la guerra, sea cual fuere su situación, debe de acudir. Cuando se trata de una empresa peligrosa y para ella sea indispensable extraordinario arrojo, debe de ser el primero siempre en lanzarse. La patria le mira. Nada de discutir sino obedecer. Y si las órdenes son, de que marche a la boca de los cañones, a la boca de los cañones debe de marchar. La patria lo reclama.
El soldado siempre debe de estar á punto. La divisa de nuestros generales, ha sido siempre una, lacónica y elocuente, breve y hermosa, concisa y grande: «¡Estad pronto!», conduciendo siempre a la victoria a sus ejércitos.

Se cuenta de un rey de la Gran Bretaña, que con 500 hombres, resistió á un ejército de 25,000, ganando la batalla. Esto se explica fácilmente al saberse que el Rey era activo, despierto, trabajador.
El que mandaba los 25,000 -el duque de Maguncia,- era indolente y perezoso. Añadiéndose gráficamente que el Rey se levantaba a las cuatro de la mañana y Maguncia a las diez.
Así debe de ser el soldado, vivaracho, activo, laborioso, tomar el buen ejemplo de sus inmediatos superiores; no aguardar a que le sean dos veces mandadas las órdenes; no retardar el cumplimiento de las mismas, y, jamás hacer que se enojen quienes les ordenen. Y si en tiempos de paz ha de ser obediente y estar pronto al cumplimiento de sus deberes, en la guerra ha de ser una máquina, atento siempre a las voces de mando de sus jefes; ciego ante el peligro; sordo ante las balas, no retroceder ni avanzar en tanto no sea ordenado, avanzar con ímpetu, arrojo y valentía, arrollándolo todo, pasando por sobre de todo, hasta que sea dada la señal de alto.

La vida del soldado en la guerra, está encadenada con la de los demás compañeros: una precipitación, un retraso, un incumplimiento, puede causar daños enormes. . .
Atento al jefe, siempre al jefe, que si en el cuartel es un ídolo, en el campo de batalla es un Dios, es padre, es hermano, lo es todo. Obedeciéndole se va a la mayor de las grandezas. Dejando de obedecerle al mayor de los oprobios, al más enorme de los remordimientos.
Aquel hombre sintetiza la vida de todos, y por ello la regatea al enemigo y muere con nosotros, peleando encarnizadamente, hasta en lucha personal si es preciso.

"También el soldado debe de presentar su cuerpo si ve que la vida del jefe peligra, pues la pérdida del jefe significaría quizás la de todos. Se ha dicho que el soldado debe de tener el valor del sacrificio de sí mismo. Y así es en efecto. En 1760 envió Luís XV un ejército a Alemania. El marqués de Castries mandó una fuerza de 25.000 hombres hacia Reinberg. Ocuparon una fuerte posición en Klostercamp.
Una noche fue enviado a reconocer un joven oficial, quien se adelantó solo por el bosque, a notable distancia de sus hombres.
De pronto viose rodeado de varios soldados enemigos.
Las bayonetas de éstos tocaban su pecho, mientras que al oído, quedo, muy quedo, le decía uno de los aprehendedores:-"Al menor ruido que hagáis sois hombre muerto!" El oficial lo comprendió todo: el enemigo avanzaba para sorprender al campamento francés. Entonces gritó con todas sus fuerzas: ¡A mí Auvernia ¡ ¡El enemigo está aquí!. Le mataron, pero salvó a sus compañeros.
Murió, pero fracasada la sorpresa, evitó una página de sangre al ejército francés.

Existe un proverbio italiano que dice que «quien no sufre no vence» y remedando a éste, otro escocés, dice «que el que lucha vence». Proverbios magníficos, si se tiene en cuenta que las penalidades de la campaña, son al fin y al cabo para triunfar.
Quien lucha, vence, vence contra todos los obstáculos que se le presentan, porque la misma lucha le hace fuerte y se cree con suficientes fuerzas para superarlos, y se agiganta, se espolea, y triunfa; quien lucha vence, vence contra el enemigo, ganando así el mejor galardón a que pueda aspirarse, el galardón del héroe; quien lucha vence, y al vencer erige un pedestal a su estirpe, a su raza, a su generación.
Cumplir, cumplir y siempre cumplir. Tal debe de ser la divisa del soldado. Cumpliendo se dignifica, se hace acreedor a la estimación del cuerpo y digno a una recompensa. Y ¡qué orgullo regresar al hogar paterno, ostentando una recompensa a la constancia, al valor, a la firmeza, al cumplimiento del deber, mostrándola mañana, á sus hijos, a sus nietos, diciéndoles: «Yo cumplí y me premiaron. Cumplid vosotros y os premiarán». Y al admirar aquel objeto entre reluciente y oscuro, como una reliquia, como una joya, la veneran, la estiman, y una vez en el servicio procuran otra igual, honrando así la memoria del autor de sus días, haciéndose digno de una raza de fieles cumplidores del deber.