Basado en un mini relato de Veterano 90 de Coria. (AIVEPA)
Un día de finales de 1957, tras sobreponernos a la sobredosis de miedo que llevábamos, un grupo de chavales saltábamos por primera vez desde un avión.
Fue una sensación única. El enorme
silencio, la tierra a nuestros pies, la grandísima alegría con los compañeros
al llegar a tierra. Habíamos experimentado algo que no se podía comparar con
nada.
Los aspirantes que componíamos el 12º Curso, completamos
los seis saltos del curso y conseguimos el distintivo que nos cualificaba como
cazadores paracaidistas del Ejército de Tierra.
Recuerdo vagamente que un compañero,
saltador en cinco ocasiones previas, se negó en redondo a saltar por sexta vez,
por lo que no fue aceptado como paracaidista. Parece ser que, procedente de la Legión , se había apostado
con alguien que él era capaz de saltar de un avión y llegar hasta el final,
pero sin culminar el curso para volver a su Tercio legionario de origen.
Para el primer salto, en el avión
el legendario Junker-52, todos mirábamos a quienes teníamos sentados frente a cada
uno, presintiendo que debían estar como yo, con una importante dosis de
incertidumbre.
La patrulla la componíamos creo
que unos diez aspirantes, no siempre los mismos durante los seis saltos del curso,
y mi visión general es que los cinco o seis que estaban sentados enfrente, todos
muy serios, no hacía que yo me sintiera mejor.
La primera vez, suena el aviso
para enganchar, que ya podía haber sido un timbrazo más ameno, y yo era el
quinto en saltar y entonces vi el ataque de temblores que nos entró a todos para
conseguir enganchar el mosquetón de la cinta extractora del paracaídas al cable
longitudinal del avión.
Qué temblor en el brazo, y sin
soltar el mosquetón se inicia el lanzamiento, voy avanzando hacia la puerta a
medida que van saltando los compañeros.
Llego a la puerta y me pongo en
posición para saltar, Y a continuación, llega la breve conversación con el jefe
de salto que pregunta, ¿preparado?, listo respondo, salte dice él, y me lanzo
al vacío.
No se me olvidará ese instante. En
el momento de saltar tuve la sensación de quedarme sin aliento. Mi primer
pensamiento no fue para nadie. Es más, me quedé en blanco. Cuando tuve
conciencia del hecho, miré hacia arriba y ví que la campana del paracaídas se
había abierto y en ese momento tuve tan solo un instante para aprestarme a
tomar tierra. Y llegué sin novedad, porque si hubiese habido algún problema no
habría tenido tiempo de reaccionar. Los otros cinco saltos para ser
paracaidista, fueron similares al primero.
Algunos de mis compañeros usaron
sin necesidad la navaja de podar que nos habían entregado para un caso de
emergencia.
Adjunto tres imágenes alegóricas
y la fotografía de mi amigo y compañero de curso José Luís González Vicente,
preparado para efectuar uno de estos saltos.