A diferencia de Josep María Contijoch, que aterrizó en
Ifni por cortesía del servicio militar, Josep Ferrándiz García (Barcelona,
1935) llegó al territorio a principios de 1957 con la Segunda Bandera
Paracaidista, la Roger de Lauria.
Se había enrolado en agosto del año anterior,
atraído por la aventura y por los vistosos uniformes que vestían los veteranos
del cuerpo, y con la idea de esquivar el destino -montaña en Jaca- que le había
tocado en el sorteo de quintos.
Una repentina enfermedad paterna lo obligó a
regresar a casa justo en noviembre de 1957, a pocos días de estallar la
revuelta: se ahorró la invasión y las operaciones iniciales. Su compañía, la
7a, formaba el grueso de la desgraciada columna de Ortiz de Zárate y
protagonizó el 29 de noviembre la Operación Pañuelo, el primer salto de guerra
del paracaidismo español, sobre la posición de Tiliuin: "Me habría tocado,
seguro", dice Ferrándiz.
Regresó a Ifni a mediados de diciembre, a tiempo
para participar en febrero de 1958 en la Operación Pegaso, la reocupación
temporal de los fuertes de Tabelcut y Erkun, una maniobra de distracción para
evitar que el Ejército de Liberación trasladara parte de sus efectivos al
Sáhara. Ferrándiz ganó en Ifni una Cruz Roja al mérito militar por evacuar
desde el frente a un camarada herido. El resto de la guerra lo pasó en misiones
de protección de los convoyes que llevaban pertrechos y provisiones al
perímetro defensivo de Sidi Ifni, y estacionado en Buyarifen, estratégica
posición al norte de la capital:
"Dormíamos al raso, y por las noches
salíamos a hostigar a los moros", recuerda.
"La invasión fue para
nosotros una sorpresa. Había habido incidentes en el interior, pero en Sidi
Ifni las cosas estaban tranquilas. No se nos permitía entrar en los cafés
moros, por precaución, pero sí que pululábamos por el zoco. Armados, por supuesto,
porque de aquella gente nunca llegué a fiarme.
Todo era 'Paisa, yo amigo',
'Paisa, yo he servido con Franco'... Demasiado amigos, la verdad".
Tras la
guerra siguió un período de guarnición: instrucción, saltos, marchas y guardias
en los puntos estratégicos de la capital: aeropuerto, depósito de agua, central
eléctrica...
Como se licenció en 1959, todavía tuvo tiempo de desfilar el 1 de
abril de 1958, Día de la Victoria, por el paseo de la Castellana: "Fue el
primer día que vimos un Cetme".
-¿Por qué se enroló en los paracaidistas? ¿Tradición
militar, quizás?
-En absoluto. Tenía 21 años y tenía que hacer la mili. Incluso me habían
sorteado. Me había tocado montaña, creo que Jaca. En fin, que un día, paseando
por las Ramblas, me crucé con un soldado que llevaba un uniforme flamante: todo
verde y la boina negra. Me llamó tanto la atención que lo abordé: "Soy
paracaidista en Alcalá de Henares", me contó. "Si quieres apuntarte,
hay un banderín de enganche aquí mismo". Se refería al gobierno militar,
que está al final de las Ramblas. Y para allí me fui, sin pensármelo dos veces.
Y en agosto de 1956 estaba en Alcalá. Tenía 21 años.
-¿Cómo se había
ganado la vida hasta entonces?
-En un taller de marroquinería donde fabricábamos bolsos y maletas de
cuero. La instrucción la impartían en Alcantarilla, Murcia, donde se encontraba
la escuela de paracaidistas, que había abierto en 1954; nosotros casi
estrenamos las instalaciones. El artífice fue el comandante Pallás Sierra, que
procedía de la Legión -como la mayoría de los primeros paracaidistas.
-¿En qué consistía
la instrucción?
-El ejercicio básico consistía en saltar desde la torreta, que era lo que
su nombre indica, una torre metálica desde la que tenías que lanzarte como si
llevaras puesto el paracaídas. Te dejaba sin respiración y las primeras veces
impresionaba de verdad. Sólo cuando dominabas este ejercicio te permitían
saltar desde el aire. Superado el cursillo te daban el roquisqui, el emblema de
la bandera, unas alas con el paracaídas desplegado en el cuerpo central.
Todavía lo llevamos en la americana.
-¿Había muchos
catalanes, en los paracaidistas?
-Muchos. Y la mayoría éramos civiles, aunque claro, también había muchos
legionarios: Ortiz de Zárate, que era mi teniente; el capitán Sánchez Duque, el
también teniente Calvo Goñi...
-¿Cuántos años
permaneció en el ejército?
-Tres: me licencié en agosto de 1959. Llegué a Barcelona y claro, no me
apetecía reincorporarme a mi antiguo oficio, así que a través de un conocido de
mi padre que trabajaba en el Banco de Bilbao ingrese en el banco, donde me
quedé hasta la jubilación.
-¿Cómo y cuándo
llegó a Ifni?
-Yo pertenecía a la 7a compañía de la Segunda Bandera Paracaidista, la
Roger de Lauria. Al mando estaban el capitán Sánchez Duque y el comandante
Pallás Sierra. Llegamos al territorio meses antes de que estallase la guerra;
debió ser hacia enero de 1957. Así que cuando la cosa se puso fea ya éramos
unos veteranos. Habíamos estado de guarnición en gran parte de los
fortines de interior. Al capitán lo apreciábamos, a pesar de que venía de la
Legión y había estado en la División Azul. Era un tipo de una pieza, como Dios
manda: duro y estricto, pero un padre para nosotros.
-¿Cuál era la
rutina diaria prebélica?
-Instrucción y saltos. Recuerdo una marcha a pie casi hasta la frontera con
Mauritania, y un salto sobre Tiliuin. Con el calor que hacía nos habíamos
terminado el agua de la cantimploras mucho antes de llegar e íbamos cayendo
como moscas. El capitán mandó venir a los camiones desde Sidi Ifni para recoger
a los que no podían continuar. Y la bautizó como la marcha de los hombres
lechuga.
-La invasión del 23 de noviembre, ¿dónde lo sorprendió?
-Dio la casualidad de que pocos días antes el teniente García Andrés,
el Bigotes, me hizo llamar: resultó que habían recibido un
telegrama desde Barcelona, y que mi padre estaba muy enfermo. El caso es que me
dieron permiso para ir, 45 días, aunque la cosa se estaba poniendo fea y se
veía venir que habría jaleo. Tuve que espavilar para encontrar vuelo: le
expliqué el caso a un capitán que estaba a punto de despegar con su Heinkel hacia
las Palmas, y me hizo un hueco... ¡en el depósito de las bombas! Y me puso una
condición: que levara conmigo mi paracaídas.
-Así que se perdió la guerra, como Cómodo cuando llega a Germania...
-Una vez en Barcelona vi que mi padre estaba grave, pero como no se podía hacer
nada me volví al cabo de unos días: de Barcelona a Sevilla, de Sevilla a Málaga
y de Málaga a las Palmas. Ya había empezado el follón y allí es donde me enteré
de que habían caído el teniente López de Zárate y el cabo primero Civera Comeche,
compañeros míos. Si no hubiera ido a Barcelona hubiera estado en esa misma
acción, porque fue mi compañía a la que ordenaron socorrer a los sitiados de
Tiliuin. Después de la emboscada pudieron refugiarse en el fuerte, y fue allí
donde Sánchez uque dirigió el primer salto de combate del paracaidismo español.
Me perdí las dos acciones, pero no la guerra: como no consumí todos los días de
permiso, llegué a tiempo de ver a Carmen Sevilla y a Gila.
-¿En qué operaciones participó?
-Sobre todo, convoys para llevar pertrechos y alimentos a los que combatían
en primera línea. En uno de ellos estalló una mina justo después de pasar mi
camión. Dieron al que iba detrás de nosotros, y resultaron heridos un teniente
y un soldado. También tomamos parte en el salto sobre Erkun, el segundo de la
guerra y de la historia de los paracaidistas, en la Operación Pegaso.
-Recuerde esa acción.
-Lo pasamos realmente mal. Los que estuvimos en el fregado fuimos la 6a
Bandera de la Legión, un tabor de Tiradores y las dos banderas paracaidistas.
Se trataba de limpiar los reductos que quedaban. La Primera Bandera tenía que
saltar, y los otros avanzar por tierra. La Legión sufrió bastantes bajas. Iba
al lado del capitán Sánchez Duque, y en un momento dado cayó herido un
compañero que no era de mi compañía; debía ser de la 6a o de la 8a. El caso es
que como no había ningún sanitario ni ningún mulo, el capitán me ordenó evacuar
a aquel hombre. Yo solo. Tenía la sensación de que en cualquier momento
aparecería un tío y nos dejaría secos de un tiro, pero no, tuvimos suerte y
pudimos llegar a nuestras líneas. Una vez en Sidi Ifni, en el cuartel, cuando
me quité el traje de faena tenía toda la espalda del mono empapada de sangre de
aquel pobre tipo. Ya de vuelta a la Península, el capitán hizo una gestión y me
concedieron la Cruz Roja al Mérito Militar. Debió de ser de las últimas, porque
la Roja sólo se da en tiempos de guerra; en tiempos de paz es blanca.
-¿Hicieron prisioneros?
-Creo que sí, porque conservo fotografías del estado mayor en que se ve un
grupo de hombres con chilaba, aunque al encargarme del herido perdí contacto
con la compañía. Se los trataba correctamente, pero también le diré que en los
primeros días, cuando empezó el sarao y se decretó el toque de queda, pobre del
que pillábamos por la calle: se arriesgaba no diré que a un tiro, pero si a un
buen palo.
-¿Y después de Erkun?
-Lo gordo ya se había terminado. Lo de después fueron simples escaramuzas.
Estuvimos una semana por la parte de Buyarifen, durmiendo al raso, sin tiendas
de campaña ni nada; por la noches hostigábamos al enemigo. Existe una
fotografía donde se nos ve hechos unos zorros, más sucios que la tiña, después
de una semana sin agua: sirvió de portada para Guerra de Ifni: las
banderas paracaidistas, el libro de Alfredo Bosque Coma. Luego, rutina:
vigilancia del aeropuerto, del depósito de agua y de la central eléctrica.
-Para los que estaban en Ifni antes del 23 de noviembre, la guerra, ¿se
veía venir?
-La verdad es que los meses anteriores hubo mucha calma. Si que tuvimos el
incidente de Igurramen: el 16 de agosto la 6a, la 7a y la 10a compañía salimos
de marcha hacia Mesti, y al llegar a cierta colina desde lo alto nos atacaron
con fuego de ametralladora. Fueron los primeros tiros Ifni, que yo sepa; no sé
si en Cabo Juby ya habían tenido algún encontronazo. En las calles de Sidi Ifni
se respiraba una calma por lo menos aparente; no entrábamos en los cafetines
porque no lo teníamos permitido, pero sí en el zoco. Aunque no iban armados, no
nos acabábamos de fiar. Lo cierto es que se te acercaban y todo era: "Yo,
amigo, yo he servido con Franco, yo no sé qué..." Todos eran muy amigos.
Demasiado, incluso. Nunca me gustaron.
-Pero la invasión, ¿se veía venir? ¿O los cogió desprevenidos?
-A mí me dejó de piedra. Nunca me lo había imaginado. Y por lo que parece
hubo un chivatazo, que si no, nos cogen en pelotas.
-¿Se quedó en Ifni, tras la guerra?
-En abril de 1958 fuimos a Madrid para el desfile de la Victoria. Nos
dieron una semana de permiso y a la vuelta al cuartel, en Alcalá, el teniente
coronel Crespo del Castillo nos comunicó que algunos de nosotros se quedarían
en la Península y otros volverían a Las Palmas. A mí me toco Las Palmas. Me
quedé en las Reollas hasta que me licencié, en 1959.
-¿Por qué se licenció?
-Había visto suficientes desgracias.
-¿Qué opinión le merece el equipo con el que combatió el ejército español
en Ifni? Se dice que hubo soldados que calzaban alpargatas de esparto.
-Quizás en la Legión. Nosotros, seguro que no, porque usábamos las botas de
salto reglamentarias; la de paseo era una bota de lona, con suela de goma, muy
práctica. Nada de alpargatas.
-Pero, ¿vio usted a legionarios con alpargatas?
-No lo recuerdo; quizás en el Sáhara.
-¿Y las armas? ¿Usaban todavía el Máuser?
-El Máuser no era mal rifle, el arma personal del, 7,92 milímetros... Pero
era un Máuser. La ametralladora era una buena arma, y del subfusil, creo que
era el Z45, lo que fallaba era el culatín; luego estaban las granadas de mano,
que eran de baquelita. El problema es que los americanos sostenían que como
aquella era una guerra colonial no podíamos utilizar su armamento, mucho más
moderno. Lo único de origen yanqui que usábamos era el casco.
-¿Llegó a ver desplegado el Cetme?
-Nos lo repartieron en el desfile de la Victoria, pero no llegamos a
disparar jamás un tiro.
-La sensación que tenían, ¿era que estaban bien entrenados y bien pertrechados?
-Creo que sí. Y tanto los mandos como los soldados estuvieron a la altura. Por
lo menos, los paracaidistas. Porque yo he visto a legionarios desertar.
-¿Echó de menos algún tipo de armamento?
-Los Heinkel nos fueron de mucha utilidad, pero creo que fue el último día
en Erkun, precisamente, que nos bombardearon... ¡a nosotros! Conservo una
espoleta que me quedé como recuerdo. Y luego estaba el Canarias, que pegaba
unos zambombazos tremendo y tenías el resquemor de que le hubieran dado las
coordenadas erróneas y el pepinazo cayera sobre nosotros.
-¿Cuántos saltos realizó?
-Diecinueve.
-¿Algún recuerdo especial de Ortiz de Zárate?
-La 7a compañía de la Segunda Bandera, que era la nuestra, fue de las que
más sufrió, aunque todos los paracaidistas tuvimos bajas. Él era un hombre
espléndido, que venía de familia de militares. Recuerdo una guardia, yo estaba
en la puerta del cuartel y oigo que me llaman: "Ferrándiz, ven un
momento". Era Ortiz de Zárate. Entro y me encuentro en la mesa dos
botellas de Rioja y dos vasos. "Tómate unos vinos conmigo, me invitó. Un
hombre exquisito, diferente.
-Desde que regresó del permiso para ir a ver a su padre enfermo, ¿volvió a
la Península en alguna otra ocasión?
-Los permisos se acabaron con la guerra. Estábamos en Ifni como quien dice
arrestados.
[Esta entrevista se
publicó extractada el 1 de junio de 2007 en el semanario Presència]