jueves

El 12º curso paracaidista del E.T.








Hace ya unos cuantos años que los 123 hombres componentes del 12º curso paracaidista del E.T., nos vimos reflejados en un documento que me facilitó como no podía ser de otra manera, mi amigo y compañero José Luís González Vicente.

La inmensa mayoría de los componentes del 12º curso, nos vimos metidos de lleno en el conflicto que fue la Guerra de Ifni-Sáhara de 1957/58, donde muchos de nosotros sufrimos los sinsabores de aquella confrontación a la que llegamos, se suponía que como soldados de élite, pero sin la más elemental preparación militar.

Fue a base del tesón que pusieron nuestros mandos que consiguieran en poquísimo tiempo y sobre la marcha de los acontecimientos, hacer de nosotros unos veteranos combatientes, y que nos moviésemos por aquellos campos con la disciplina y pericia que eran necesarias, frente a un enemigo que sabía correr y moverse entre los matorrales como reptiles.
Ese enemigo, a veces llegaba hasta nosotros que estábamos esperándoles parapetados, en grupos de a tres o cuatro, portando un viejo fusil, una tetera a medias, y unos cuantos higos chumbos secos. Yo creo que se dejaban coger prisioneros quizá para conocer nuestros efectivos porque después se les soltaba tras haberles interrogado casi con mimo por aquello de las órdenes de Franco. Aparte de esas curiosas escaramuzas, los moros resultaron ser un enemigo muy correoso, malicioso, muy bien armado y por tanto muy peligroso.

Sabemos que se escondían, incluso estando heridos, debajo de las ramas de las plantas que crecían agrupadas, de manera que era muy difícil verles. Cuando pasábamos de largo, volvían a atacarnos pero siempre a prudente distancia no fuese que les pudiésemos coger prisioneros y se les hiciese hablar para conocer sus intenciones y efectivos. En alguna ocasión, ni sabían contra quien combatían creyendo que éramos franceses, a los que les tenían verdadero terror.

Guardo en mi memoria muchos recuerdos, pero eran los de por las noches, que estando algunos de guardia, se les oía al enemigo moverse cerca de nosotros entre los ásperos matorrales yendo de acá para allá tratando posiblemente de localizarnos y dejarnos fritos.
Ellos, o sabían ver en la oscuridad porque tenían muy estudiado el terreno, o es que nosotros nos sobresaltaba cualquier ruido, siendo necesario hacer un esfuerzo mental para no comenzar a disparar contra no se sabía qué.
Lo posible es que el supuesto enemigo solo fuese un animal errante que por la mañana aparecía muerto con varios disparos de esos que sonaban de vez en cuando por la noche. Lo cierto, es que eso suponía un desgaste porque así no había manera de descansar y dormir un minuto ninguno de nosotros.

A pesar de todo lo sufrido por mí al haber caído herido en esa guerra, lo cierto es que a veces recuerdo aquellos tiempos como si se tratase de una imagen fugaz el la que no era yo quien estaba allí, y que todo aquello fuera un sueño del que se despierta un día al cabo de más de medio siglo, rememorando uno de los momentos más señalados de mi ya pasada juventud.

Al cabo de ese medio siglo, pocos somos los que quedamos vivos de aquella larga lista de jóvenes paracaidistas que formamos en su momento el 12 curso del E.T. y que combatimos con unos medios tan pobres que hoy darían risa a las nuevas generaciones de paracaidistas españoles, si no fuese por el respeto con que se nos recibe en los nuevos acuartelamientos cuando alguno de nosotros aparece por allí para rememorar tiempos pasados.

Los compañeros que ya nos han dejado definitivamente hace años porque han fallecido, seguro que nos están esperando allá arriba, haciendo unas de aquellas emocionantes guardias, pero esta vez junto a las estrellas.