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Las diez mil y una versiones de la guerra de Ifni

Cualquier forma de contar la Guerra de Ifni seguramente será fiel reflejo de la memoria que tenga cada cual de aquella difícil situación.

 El general Mariano Gómez de Zamalloa, el laureado del Pingarrón, el héroe de la División Azul en las estepas rusas, recibió en su despacho de gobernador general de Sidi-Ifni, África Occidental, un telegrama de Madrid con el siguiente texto: 
"Representante bandas armadas asegura a partir 12,00 horas día 30 harán alto el fuego ese sector. Observe cuidadosamente actitud enemigo, extremando precaución. Fuego propio totalmente prohibido. Aviación no debe volar". 
 Ese día 30 era el del mes de junio de 1958. El texto del telegrama venía a decir que la guerra había terminado. 
 Pero ¿qué guerra? ¿Existió alguna vez como decía Giraudoux de la de Troya, una guerra en Ifni? 
Después de todo, ¿acaso existió Ifni? ¿Existe aún? 
Es verdad que murieron al menos 300 españoles y que más de 500 fueron seriamente heridos en las batallas, que muchos miles de soldados de reemplazo lo pasaron muy mal en las trincheras y puestos de vigilancia montañosos de aquel enclave africano, y hasta época tan reciente como 1969, pero ¿fue aquello una guerra?  
En el lenguaje oficial de entonces se calificó el asunto como incidente; los asediados en aquel paraje inhóspito y lejano solían hablar entre sí de "la guerrita". La censura de noticias fue tan dura, perfecta y rigurosa que más de cinco décadas y media más tarde, hasta el mismo nombre del escenario se ha borrado casi por completo de la memoria de la mayoría de los españoles. 
 No obstante, aquellos acontecimientos deben considerarse como la última guerra internacional que ha mantenido España. Y su verdadero resultado, como el verdadero fin de los siglos de colonización española saldado con sangre. 
A nuestro lado, hay hombres y mujeres que todavía lamen las heridas entonces sufridas, que recuerdan a sus muertos, que guardan en sus casas y en sus memorias objetos o recuerdos de lo que ocurrió en el invierno de 1957 en la Ciudad de las Flores, es decir, en Sidi Ifni. 

 La noche del 23 de noviembre de 1957 estuvo a punto de ocurrir un desastre parecido al de Annual de 1921. Estaba todo dispuesto para que guerrilleros marroquíes controlados secretamente por el rey Hassán, entonces príncipe heredero, asesinaran en sus casas a todos los habitantes de Sidi Ifni y que tomaran todos los fortines del interior del territorio. 
La indiscreción de la cuñada aldeana de un policía nativo y la fidelidad de éste a su capitán evitaron la tragedia: le advirtió del ataque previsto. El asalto al polvorín y la toma de la ciudad que un fracaso que se saldó con un puñado de muertos, pero todos los puestos del interior quedaron asediados. 
Son terribles las historias que han contado los supervivientes que durante unos diez días estuvieron cercados, hasta que las fuerzas paracaidistas recién creadas y los legionarios consiguieron liberarlos. 
Muchos de estos liberadores murieron en el empeño, como muchos de los asediados, y algunos nombres se conservan en el recuerdo y en el afecto de sus familias: el alférez Rojas Navarrete, el teniente Ortiz de Zárate... 
 Resultó que aquel glorioso ejército carecía de casi todo: los aviones eran antiguallas de los años treinta; los Junkers que Alemania había enviado a comienzo de la guerra civil, a falta de bombas lanzaban bidones de gasolina provistos de un sistema de explosión artesanal ideado por un teniente; a los soldados se les entregaban hasta cinco viejos fusiles Máuser, con la esperanza de que algunos funcionaran cuando tuvieran que dispararlos; los legionarios calzaban alpargatas para combatir en un terreno abominable de arena y piedras; cargaban todavía con una manta y su ración alimenticia se reducía muchas veces a un chusco y una lata de sardinas; para socorrer a los asediados se les lanzaba el agua dentro de neumáticos de camión, a falta de envases mejores, que reventaban al llegar al suelo; la puntería de los aviadores era tan mala que disparaban contra soldados propios que salían desesperados de los fortines en busca de agua y comida; para las comunicaciones, se usaban radios de carga a pedales... 
Una pobre defensa llevada a cabo con "vieja chatarra cuidadosamente remendada", como escribe el general Casas de la Vega. 
 A todas aquellas desdichas se añadió un tiempo tan malo, con lluvias y mar agitado, que el enclave estuvo casi un mes sin poder recibir ayuda de Canarias. 
 Muchos civiles tuvieron que formar parte de somatenes para vigilar la ciudad por la noche, incluido en un llamado Batallón de la gabardina, incluso al lado de un puñado de periodistas del régimen que fueron enviados para cambiar la realidad por crónicas literarias... 
Escaseaba la comida, proliferaba la epidemia de gripe. Las bandas marroquíes dominaron en seguida todo el territorio y consiguieron incluso golpes notorios, como la aniquilación en una bandera de la legión, con 97 bajas (42 muertos), en Edchera, en el territorio sahariano, el 13 de enero del año 1958... 
Franco, mientras tanto, disculpaba a su "hermano" el sultán Mohamed V, que había logrado la independencia de Marruecos un año antes, y hablaba como siempre de las asechanzas del comunismo internacional. 
Pero las Bandas atacantes, unos 5.000 hombres perfectamente organizados y pertrechados en formaciones guerrilleras, eran gente enmascarada de un ejército oficial marroquí al que el propio Franco estaba regalando armas y municiones. Más aún: muchos de sus oficiales habían estudiado en la Academia de Zaragoza.
 Los habitantes de Sidi-Ifni recuerdan con lágrimas, aquella terrible Navidad de 1957, encerrados en la hermosa ciudad colonial. Ni la fugaz presencia de Carmen Sevilla en plan Marilyn Monroe, de Gila y otros actores y cantantes pudo aliviar sus penas... y su falta de comida. 
Tampoco los miles de paquetes -turrón, naranjas, botellas...- que se enviaron desde la península a los combatientes y asediados, recogidos por un programa de radio.
 Lo poco que no se perdió en el camino o entre manos interesadas, se repartió en el mes de marzo, polvoriento o podrido. 
 De la colonia sólo quedó en poder de los españoles la hermosa ciudad que ellos mismos habían construido sobre el rocoso vacío desértico, con un círculo de seguridad de unos cinco kilómetros de perímetro defendido por alambradas y trincheras. 
 Incluso los desertores, y los cobardes, que también los conocimos todos, también podrían contar su versión de la guerra. En el hospital de Las Palmas conocí a un tipejo cobarde y analfabeto, que se disparó un tiro en un pie para que le sacaran del campamento de Ifni y le mandaran al hospital. 
 Y también me permito decir aquí, que incluso los que no cuentan nada de la guerra, aún siendo paracaidistas, o legionarios, o de cualquier otro regimiento, habiendo combatido allí como el que más, también tendrán su versión de la guerra que contar, y se la guarda para él. 
 Conocí en Madrid, en la hilera que formábamos para pasar revista comisario en Mutilados, a un buen chaval de nombre Ángel, que le explosionaron varias minas porque la acémila que llevaba una carga de no se qué, se espantó y a consecuencia de las múltiples heridas que sufrió en sus piernas, una a una y por gangrena, se las fueron amputando, quedando para siempre sujeto a una silla de ruedas. Una triste versión más, de la guerra de Ifni.

 Nadie, y repito nadie, creo yo que es quien para negar a otro veterano, la ocasión de escribir o manifestar de manera diferente a la que cada uno piensa que fue su verdad, las propias experiencias. Porque si hubo 10.001 soldados, seguramente habría por ahí más de 10.001 historias para contar a sus nietos, o a uno mismo, las cosas que recuerda de la Guerra de Ifni. Faltaría más.