martes

Una difícil situación (II)

UNA DIFÍCIL SITUACIÓN
Segunda parte.

Desde Sidi-Ifni y en los diferentes puestos de españoles sitiados por los moros, se recibía con alguna frecuencia la ayuda en forma de alimentos y armas con nueva munición, lo que les venía muy bien ya que el enemigo en cuanto llegaba la noche se disponía a comenzar las furiosas ofensivas con todo tipo de armamento llegado desde la frontera marroquí. Por otra parte, el moro podía subsistir alimentándose frugalmente y bebiendo agua de los pozos de lluvia diseminados por un territorio que ellos conocían a la perfección. El día 3 de diciembre la presión de las fuerzas paracaidistas en las que tuve el honor de servir a España fueron consiguiendo que los moros se fueran retirando. Un avión “Junker” haciendo malabarismos consiguió aterrizar en Tiluin para evacuar a los heridos y enfermos, así como a las mujeres y niños. Antes, el día primero del mes de diciembre de 1957, comenzó la operación Netol. A horas de la madrugada de aquel día, la I Bandera recorre en un silencio impresionante la carretera de tierra que discurre paralela al cauce seco de un río. La misión consiste en obligar a los moros a levantar el cerco de Arbaa de Mesti y liberar a los sitiados. Primero hay que ocupar y conservar el nudo de comunicaciones terrestres de Biugta. En ese punto es donde la 2ª. Compañía que marcha en vanguardia, recibe los primeros disparos del enemigo. Es el bautismo de fuego de la I Bandera cobrándose los primeros muertos. Los moros desde Biugta y gracias a las escarpadas alturas que la circundan, se afianzan en el terreno. Las tres compañías de la I Bandera reciben la orden de trepar por las laderas y ocupar las cotas altas. Se consigue el objetivo después de soportar un fuego esporádico del enemigo que se retira sin ofrecer demasiada resistencia. Al anochecer de ese día 3 de diciembre, se ocupa el Arbaa de Mesti con el entusiasmo indescriptible de los liberados. La I Bandera al completo toma posiciones en los alrededores del zoco y del pueblo vecino de Dar Hammed. Entonces los moros se disponen a atacar con fuego distante. La bisoñez de la primera compañía al mando del capitán Pedrosa es evidente, y para tratar de resolver la difícil situación, el propio capitán se dispone a pasear a cuerpo limpio delante de un parapeto frente al enemigo animando a los soldados y con una varita de caña señalando y diciendo que los moros no sabían disparar. Parece difícil de creer, pero de repente la bisoñez de la 1ª Compañía desapareció como por ensalmo, mostrándonos tan seguros como los más veteranos. Al amanecer del día siguiente y sin otros percances dignos de mención, se regresa a Biugta donde había quedado una pequeña fuerza de guarnición. Se acomete la ocupación de Yehel Busgadir que levanta a su alrededor una mole de laderas escarpadas más de doscientos metros de altura por encima del poblado. La aviación prepara el asalto y las ametralladoras y morteros de la 5ª Compañía de armas pesadas, cooperan con precisión a que la 2ª Compañía corone la cima. Por radio se le comunica al comandante de la 1ª Bandera la orden de permanecer sobre el terreno ocupado a la espera de recibir nuevas instrucciones. Pero esa misma noche se recibe la contraorden de que la 3ª Compañía regrese velozmente a Sidi-Ifni porque va a ser agregada a una columna conjunta con La Legión que operará al norte del territorio. No obstante la operación se suspende cuando ya estaban de regreso en Ifni y la 3ª Compañía regresa a Biugta escoltando un convoy de camiones con aprovisionamiento. Cuando llegan, la Compañía releva a los que guarnecen el Busgadir y el resto de la Bandera salimos en dirección a Anamer en pleno territorio tomado por los moros al objeto de enlazar con la columna que avanza por el sur con la misión de liberar las posiciones de Telata y Tiliun. En todas estas difíciles situaciones, ya han caído muertos y heridos varios compañeros paracaidistas. El día 5 de diciembre la 1ª Bandera recibe la orden de replegarse hacia Sidi-Ifni para tomar un merecido descanso. Los cuerpos de los paracaidistas están destrozados pero todas las misiones han sido cumplidas. El fuego de los moros y a pesar de todo, ha sido por suerte más molesto que eficaz. De regreso a Ifni, cuando solo faltan seis kilómetros para llegar se recibe la orden de volver para acudir en socorro de la II Bandera que en unión de un Tabor de Tiradores de Ifni y un Batallón del Regimiento de Soria, parece que también están en una difícil situación. Volviendo al día primero de diciembre, he de comentar que eran las cuatro de la madrugada cuando el comandante Saraluce, de pie, tieso como un palo y semblante serio se dirige a todos nosotros formados en la explanada del acuartelamiento de Ifni. ¡Caballeros paracaidistas. Ha llegado el momento de demostrar al valor y grado de instrucción de esta unidad. Vamos a atacar al enemigo y liberar a nuestros hermanos españoles que se encuentran sitiados. Tengo absoluta confianza en vosotros y espero también que como siempre, obedezcáis a vuestros mandos, para que actuando todos unidos, logremos el cumplimiento de la misión y con ello la victoria!. El General Zamalloa en aquella difícil situación, dispuso para la operación Netol, a todas las fuerzas a su mando. Formó tres agrupaciones de la siguiente manera: Agrupación A formada por La Legión y otros cuerpos. Su objetivo fue liberar Telata. Agrupación B formada por la II Bandera Paracaidista. Su objetivo fue liberar Tiliuin. Agrupación C formada por la I Bandera Paracaidista. Su objetivo fue liberar el Mesti. Los moros a su vez estaban entrenados por el ejército profesional marroquí, aunque ellos no dieron la cara. Conocían mejor que nadie el terreno, las piedras y hasta las matas idóneas para un eventual camuflaje, y las armas de que disponían eran americanas, entregadas a los marroquíes. Nosotros no teníamos en Ifni armas americanas aun cuando el Ejército español ya disponía de ellas, porque su entrega, y como condición impuesta por el gobierno americano, era que no podrían ser empleadas contra Marruecos. Así las cosas, los paracaidistas y la Legión, como fuerzas especiales del momento, solo disponíamos de viejos fusiles Mauser, bombas ofensivas de plástico que solo hacían un poco de ruido al explosionar y morteros del 81 sin haber tenido tiempo para practicar con ellos. Digan lo que quieran aquellos que no estuvieron en Ifni, los restos de la operación Netol recayó sobre la 1ª Bandera paracaidista. Menudo bautismo de fuego el que recibimos. La cosa comenzó con la arenga del Comandante Saraluce en la explanada del cuartel. Siguió con la carga del equipo de guerra y comida a base de latas de carne y sardinas, dos chuscos, cantimplora de agua por barba y hala, al camino que conducía a Biugta. Durante los primeros kilómetros todo iba bastante tranquilo. Ya se veía cerca Biugta cuando de repente una lluvia de balas cayó sobre todos nosotros. Recibieron más balas los que iban delante pero para los que íbamos detrás no nos dio tiempo a quejarnos. Había moros apostados por todas partes disparando menos mal que con muy mala puntería. Se tomaron posiciones tras el despliegue de la fuerza y se emplazaron las ametralladoras listas para disparar. Pero a quién? Porque al enemigo no se le veía. Por fin se nos ordenó una maniobra de flanqueo por la izquierda.
El Capitán Pedrosa de la primera compañía con su varita en la mano, y como un director de orquesta, indicaba a sus oficiales las posiciones a ocupar. Las ametralladoras hicieron fuego a discreción contra un enemigo invisible que poco a poco dejó de disparar. Entonces se nos ordenó buscar a los moros para hacer prisioneros, pero no se encontró a nadie. No había muertos ni heridos ni un moro vivo para hacerle prisionero. Visto lo cual se nos instruyó sobre la marcha la forma de hacer guerra de guerrillas, buscando indicios de rastros de sangre entre los matorrales. En algún lugar se esconderían los moros. Los paracaidistas estábamos bien entrenados para andar, y mucho, así que subíamos y bajábamos desniveles cubiertos de cactus bajo un sol de justicia y sin un lugar donde ponerse a la sombra de sus rayos. Lo peor era el casco que llevábamos puesto que se calentaba como una plancha de cafetería y que no nos estaba permitido quitárnosle por temor a los disparos que se producían a cientos de metros de nosotros. En pasados unos momentos de tranquilidad, los moros volvían a disparar sus pacos americanos. La 2ª Compañía estaba en mala posición a media pendiente y sin poder cubrirse, cuando nuestros morteros comenzaron a acosar la cota donde parecía que se concentraba el disparo del fuego enemigo contra esa Compañía. Los disparos de nuestros morteros fueron a parar al otro lado de la cima de la montaña porque los servidores no tenían demasiada experiencia en los disparos de esa arma. No obstante una granada de mortero cayó por casualidad cerca de un asentamiento enemigo y todos los moros abandonaron la posición por miedo a la puntería de la Compañía de Armas pesadas. Por la noche y procurando no hacer ruido se inició el regreso a Biugta. Pero los moros sabían que nos movíamos y a oscuras. En total serían como unos 30 kilómetros pegando y recibiendo tiros de los moros. Bajo nuestra vigilancia y apoyo, se ayudó a recuperar y trasladar a los liberados de Telata y Tiluin con los muertos y heridos, entre ellos el cadáver del teniente Ortiz de Zárate. De nuevo la I Bandera recibe la orden de regresar a Ifni. Y todos tan contentos a pesar del dolor por las pérdidas de vidas humanas. Mientras una compañía regresa a Ifni con los heridos y muertos, otros volvemos sobre nuestros pasos para socorrer a los de la 2ª Bandera paracaidista que lo estaban pasando muy mal. Entre tantas idas y venidas sin volver a Sidi-Ifni, el agua y la comida empiezan a escasear alarmantemente. Agua de los pozos de lluvia con el temor de haber sido envenenados por los moros, aunque eso es lo menos probable ya que ellos también necesitan beber, pero de comer solo hay higos chumbos. En una ocasión en que marchábamos en descubierta y después de estar llegando a una cresta vimos aparecer a varios hombres con la chilaba de los moros. Entonces y cuerpo a tierra, menos el Capitán Pedrosa que parecía alérgico a tumbarse, a pie firme les gritó: ¿Sois españoles? Alguien contestó que sí y resultó ser una patrulla de Tiradores de Ifni. Una difícil situación que no acabó en tragedia con una ensalada de tiros porque Dios no lo quiso. La liberación de Tiugsa que llevaba dos semanas rodeada y hostigada por el fuego de los moros, la llevó a cabo la 1ª Compañía de la I Bandera paracaidista. El 4 de diciembre se procedió a ocupar el morabito de Anamer con lo que quedó despejado el camino para la columna que venía con los supervivientes de Telata y Tiliun. El encuentro entre los hombres fue muy emocionante. Unos y otros teníamos muchas cosas qué contarnos pero fueron los de la 7ª compañía de la I Bandera los que atrajeron la máxima atención porque todos estábamos ansiosos de saber cómo había transcurrido el cerco o en qué circunstancias encontró la muerte el teniente Ortiz de Zárate. Bastaba ver las caras de los que llegaban o echar un vistazo al camión con los cadáveres de los compañeros muertos y al de los heridos, para darse cuenta de que sobraban las palabras. Los paracaidistas también lloran y el día 8 de diciembre en el día de la Patrona, la Inmaculada Concepción, y durante el homenaje a los caídos, vimos llorar a más de un compañero. La operación Netol sirvió también para hacer más de 160 kilómetros andando por los montes entre combate y combate con el enemigo. La operación Gento constituyó otra difícil situación para los paracaidistas del E.T. destacados en Ifni. Su misión fue la de liberar, evacuar y destruir sucesivamente Tiugsa y Tenín aunque no resultó nada fácil. En esa época de penurias y de pocos medios, no se libraron ni los muertos, ya que salvo los oficiales fallecidos cuyos cadáveres fueron enviados a la península, los demás muertos fueron enterrados en el cementerio de Ifni. El comandante de la I Bandera paracaidista decidió salir de Tenín hacia Ifni a hora muy temprana con las primeras luces del día con la esperanza de que los moros no entorpecieran la retirada. Era consciente de que no se podía contar con el factor sorpresa pues la preparación para demoler por completo el puesto militar, dejaba a todas luces muy pocas opciones a sus intenciones posteriores. Por otra parte, la puesta a punto de los equipos de demolición, así como la organización del convoy con la pesada carga de muertos y heridos así como el tener que preparar la marcha de mujeres y niños, nos llevó más tiempo de lo previsto en principio por lo que no se pudo abandonar Tenín hasta pasadas los diez horas de la mañana de aquél día 8 de diciembre de 1957. El comandante Pallás había decidido que fuese la 8ª Compañía la que se encargase del repliegue de la columna. Era una verdadera misión de sacrificio humano pues todos sabían que en el caso de que los moros atacasen de nuevo, aquellos compañeros paracaidistas no podrían contar más que con ellos mismos pues el resto de la I Bandera debía a su vez proteger el convoy y además la compañía de Armas pesadas ya no disponía de de una sola granada de mortero. No obstante se inició la marcha de inmediato cuando apenas se había el eco de la seca voz del comandante Pallás ordenado el avance de la tropa. Muy pocos se volvieron a mirar atrás cuando el ruido de las explosiones daban a entender el fin de Tenín. Los paracaidistas rodeábamos el cortejo de muertos, heridos y personal civil con sus mujeres e hijos los cuales se dejaban guiar confiando ciegamente en nuestra feroz determinación de actuar como sus salvadores en aquella, una vez más, difícil situación. Al principio la presión enemiga fue relativamente débil pudiendo ser contenida con ráfagas de fusil ametrallador. Pero poco a poco se fueron volviendo más incisivos al entender que a cada kilómetro la presa se les iba escapando de las manos. Las filas de los moros se van incrementando con la incorporación de otros elementos procedentes de Tiugsa. La distancia que pueden recorrer las secciones es cada vez más corta pues la presión del enemigo se hace por momentos más agresiva. Vuelven los disparos y empiezan a producirse heridos aunque de escasa consideración. Ya no bastan unas cuantas ráfagas de ametralladora para sujetar al contingente moro y mantenerle alejado de la columna. Era necesario lanzarles granadas de mano pero también se van terminando. Cuando salimos de Ifni nos dieron como impedimenta unas pocas granadas de mano por cada paracaidista, el Mauser y ciento cincuenta balas que llevábamos en unas cartucheras de lona., pero después de tantos días de combate apenas si nos quedaban municiones. El movimiento envolvente de los moros respondía a una táctica de guerra de guerrillas bien estudiada y planificada ya que los componentes del llamado ejército de liberación procedían en su mayoría del ejército marroquí y de los desertores de Tiradores de Ifni e incluso de la Legión y de los paracaidistas. Al parecer eran comandados por un antiguo oficial del ejército francés. Sus efectivos se calcularon entre 5.000 y 6.000 hombres con mejor armamento que el nuestro por las razones que ya se han aclarado. En aquella larga retirada se produjeron varios muertos y heridos entre nuestras fuerzas militares. Allí cayó muerto un paracaidista que nos habíamos conocido de niños en el colegio municipal de San Ildefonso. Su nombre era Manuel Albacete Maté. Como resumen de la operación Gento se puede decir que se hicieron multitud de kilómetros sobre los maltrechos pies de los paracaidistas. Que entre nosotros hubo muchos muertos y más heridos. Que pasamos todos, mucha hambre y mucha sed. Que nos faltó el suministro necesario tanto por tierra como por el aire……Nos faltó también el necesario apoyo aéreo para mediante el bombardeo y ametrallamiento de las bandas rebeldes, conseguir una retirada conveniente del personal civil. Antes de nuestra inicial llegada a Sidi-Ifni y en el monte Bul A Lam que protegía desde su altura a la ciudad y en primer término a nuestro campamento paracaidista, ya se había dibujado con piedras encaladas el emblema de la Bripac. El dibujo había sido realizado por el Pelotón de castigo. El monte Bul A Lam también fue testigo también de la construcción en su falda que daba al océano, de las defensas hechas por nosotros a base de pico y pala. La II Bandera estaba ubicada como unos 6 kilómetros fuera del perímetro de la ciudad en campo abierto para cerrar al enemigo una posible puerta de llegada. El monte Buyarifen relativamente cercano a Sidi-Ifni, se convirtió en el principal objetivo de nuestros movimientos ya que si su ocupación le correspondía a la Legión, a los paracaidistas nos correspondió la misión de proteger los convoyes de suministros, siempre de madrugada y a pie desde la distancia a la que los camiones no podían acceder por la pendiente del monte. Estos servicios de armas se realizaban sin escuchar tiros por parte de los moros pero que sabíamos que nos observaban desde lejos. Pero no estaban esos servicios exentos de riesgos. En un servicio de escolta del día 4 de junio de 1958 pisé una mina colocada fuera de las alambradas vigiladas por la Legión junto a un pozo de agua del que se surtían los moros, con el resultado de la amputación de mi pie derecho. En este monte Buyarifen se produjeron varios desafortunados episodios por la explosión de las minas colocadas por la Legión y dentro de su perímetro de vigilancia. Por fin había llegado la Navidad de 1957. Al parecer, en la Península, se habían recogido varias toneladas de alimentos propios de las navidades, como turrones, licores, jamones y otras mil cosas más de aquellos tiempos. Pero en su momento apenas nos llegó nada a las tropas combatientes en Ifni. Pero sí llegó Carmen Sevilla, Miguel Gila, Elder Barber, y otras cuantas cantantes folclóricas más. No obstante, el ambiente no estaba para fiestas. Salvo para algunos que alternaron con los artistas llegados, para el resto significó un día más dentro de la rutina militar del momento. Muchos teníamos que cumplir penosas misiones de vigilancia. Como yo, otros muchos pasamos la Nochebuena haciendo guardia en el monte Bul A Alam desde donde se veían las luces de la ciudad a nuestros pies y antes una hermosa puesta de sol y los barcos de guerra allá en alta mar. Finalizando el mes de enero de 1958 comenzó la denominada operación Diana. Junto al Grupo de los Tiradores de Ifni, la I Bandera paracaidista y un pelotón de cañones sin retroceso del Regimiento “Soria”, deberíamos alcanzar una determinada línea de avance táctico sobre el terreno. Los paracaidistas de la I Bandera fuimos transportados en camiones hasta la zona de despliegue inicial. Por su parte la II Bandera se integró en la agrupación táctica Sur junto a la Legión y los soldados de infantería del Regimiento “Soria”. Sin embargo estaba previsto que la I Bandera paracaidista saltase sobre la cota 348 donde sería relevada posteriormente po la Legión y los soldados de infantería que avanzarían por tierra hasta alcanzar una vaguada situada al este de Buigert. Pero no fue así. El día 30 de enero los componentes de la I Bandera nos pusimos de nuevo en marcha otra vez en camiones hasta Amali y después a pie hasta alcanzar Bugdurt que estaba relativamente cerca. El capitán Pedrosa como jefe en funciones de la Bandera, nos ordenó que desplegásemos y aguardáramos una hora descansando. Una vez descansados se nos ordenó el avance bajo la protección de la aviación. Los moros dándose cuenta del movimiento de tropas con protección aérea, salieron de estampida disparando de forma anárquica y sin producir ninguna baja entre nosotros. Así se consiguieron los objetivos. El día 31 de enero hacia las 8 de la mañana fuimos de nuevo en camión hasta las cercanías de Bugdur. El resto a pie como era natural. Nos desplegamos en orden de combate listos para tacar. En aquellos momentos y a nuestra izquierda, los Tiradores de Ifni habían iniciado el ataque a Xaraffa. El sonido de unas explosiones lejanas a consecuencia de la limpieza aérea a base de bombas, iluminó nuestros semblantes haciéndonos creer que los moros huirían de la zona. Pero muy pronto supimos que las cuatro bombas lanzadas por la aviación, no habían servido para nada. A la voz de mando, nos pusimos todos en marcha dos horas después del bombardeo y abandonamos nuestras posiciones. La 5ª Compañía, la de las armas pesadas, preparó con su actuación el camino que teníamos por delante. Muy pronto nos topamos con los rebeldes no del todo amilanados tras la lluvia de morterazos. Empezamos a tomar contacto con el enemigo y recibimos su fuego sin ninguna baja. Seguimos avanzando durante varias horas hasta llegar sedientos a la cota 304 que era nuestro objetivo. Tomamos Id-Mehas, y seguimos la marcha hasta Bentanqui donde quedamos parados, cuerpo a tierra para descansar. Los montes no se terminaban y pensábamos que eran más peligrosos que el propio enemigo. Algunas cotas había que tomarlas trepando entre las piedras de la ladera clavando el machete en la tierra para obtener alguna sujeción. Se consiguieron todos los objetivos que era la toma de las cotas previstas por el mando, pero se pagó un alto precio. Hubo muchos heridos de bala y también algunos muertos. Al día siguiente, uno de febrero de 1958, los hombres que habían quedado en la cota 304 ya tenían terminadas sus mínimas fortificaciones por lo árido del terreno arenoso. Había escasez de piedras sueltas sobre el terreno y con el viento reinante, la arena se introducía en los mecanismos de las armas automáticas haciéndolas casi inservibles. Fue a base de los viejos Mauser como se consiguió que la cota 304 no volviese a manos de los moros. A lo largo de los días siguientes se produjeron incesantes combates con el enemigo, que en algún caso y apoyados en su mejor adaptación al terreno y al fuerte viento reinante, llegaron a acercarse a menos de 30 metros del contingente de paracaidistas situados en la cota 348. Los moros atacaban al mismo tiempo varias cotas con unos efectivos muy superiores a los nuestros. Pero la pericia de los sargentos fueron los causantes de que los ataques del enemigo, terminara siempre en franca retirada. En la defensa de la cota 295 el sargento paracaidista Pedro Pérez mantuvo la serenidad suficiente como para ver llegar al enemigo y mantener a su tropa en silencio hasta que estaban encima y a base de bombas de mano hacer huir a los moros. No obstante en la defensa de las cotas encontró la muerte el teniente Enrique Carrasco y el soldado Antonio Fontán. En muchos casos el enemigo, y como si fuesen soldados españoles, daban voces de mando en perfecto castellano para hacer caer a los paracaidistas en las emboscadas por ellos preparadas. Si a esto se suman las noches oscuras, el ruido del monte producido por el fuerte viento siempre reinante en aquellos días de febrero, el cansancio, la sed y el hambre, es fácil entender que los paracaidistas, incluidos los oficiales, cayeran en las emboscadas de los moros. Esto que digo viene a sustentar la extraña muerte del teniente Carrasco que nunca fue suficientemente aclarada. Se supo que algunos rebeldes utilizaban uniformes de color verdoso similares a los de nuestras unidades. Al final todo se sabe aunque entonces ignorábamos que la guerra de Ifni duró más de lo necesario porque el alto mando militar tenía otros planes dentro de la estrategia conjunta para Ifni y Sáhara. Se sabe ahora que la operación Siroco fueron acciones de distracción para que el enemigo no supiese dónde acudir, si al Sáhara o a Ifni. Es decir, se propusieron desde el alto mando, que las bandas de rebeldes no dejaran Ifni en socorro de las que operaban en el Sáhara. Dichas fuerzas rebeldes fueron acosadas con agrupaciones de combate hispano-francesas en dos operaciones conjuntas. Por la parte española se las denominó operación Teide y por la francesa operación Eocouvillón. Los combatientes en Ifni y sin saberlo, hacíamos de tapón para que los rebeldes no extendieran su radio de acción hacia el Sáhara. La operación Siroco comenzó con un estado físico de la tropa francamente deplorable. Era durante los primeros días del mes de febrero de 1958. El mando, alarmado ante el aumento de actividad del enemigo, preparó el siguiente mensaje: “La actividad rebelde ha aumentado considerablemente en los últimos días intentando una serie de golpes de mano sobre nuestras posiciones más avanzadas”. “Su actual despliegue consiste en mantener una línea de vigilancia hacia delante y a retaguardia de nuestras fuerzas”. “Ante cualquier intento de avance por parte de nuestras fuerzas, es probable que los moros actúen ofensivamente desde un punto conocido y que es donde tienen la mayor concentración de efectivos”. “Es posible que cuenten con medios blindados”. Como se podía observar, los ataques enemigos de los últimos días habían sembrado la alarma entre los mandos militares que temían un avance desde Marruecos de columnas blindadas. Pero como nuestro potencial bélico no nos permitía una ofensiva de cierta magnitud, la operación Siroco se limitó a perseguir y conseguir unos fines muy limitados. Los novatos de la I Bandera estábamos dejando de serlo y ya se confiaba en nosotros. La I Bandera que entonces ya quedó definitivamente al mando del comandante Abellano, debería progresar hasta la base de partida en la cota 415, alcanzar y reconocer un poblado próximo y sus alrededores y regresar después sobre Sidi-Mohammed Ben Daud. Durante la noche del día 9 de febrero la unidad ocupa la base de partida y cuando aparecen las primeras luces del día siguiente, la I Bandera descubre ante sí lo que será el escenario de la operación. Un hermoso y amplio escenario visto desde las alturas que ocupábamos. A la derecha y atrás, el pequeño poblado de Sidi-Mohhamed Ben Daud, límite de nuestras líneas y de donde partiría un Batallón del Regimiento Soria nº 9 que había pernoctado junto a la I Bandera paracaidista. Ante el citado Regimiento, se abre un espacio muy peligroso de fortificaciones enemigas de difícil ocupación, impidiendo la progresión. Así las cosas, se decide la ocupación de otras alturas para desde ellas sujetar a los moros en sus lugares ocupados a la hora de hacer el ataque general. Ataque que se inicia a hora muy temprana del día 10 de febrero con un avance hacia la cota 407. De inmediato y recibiendo fuego enemigo desde otras alturas, la 1ª Compañía de la que yo formaba parte, otra vez al mando del Capitán Pedrosa creo recordar, ejecutamos un movimiento envolvente que culminó con la ocupación del vértice Aslif, siendo desalojado el enemigo de sus posiciones en un primer momento de forma ordenada y después en franca huía a la desbandada, por lo que sufrieron numerosas bajas. Por su parte la 2ª Compañía de la I Bandera paracaidista, al mando del Capitán Martínez, había alcanzado sus objetivos sufriendo seis heridos y capturando vivos dos prisioneros uno de ellos herido de bala. Encontrar y hacer prisioneros vivos de los moros, no era cosa fácil. Se escondían incluso heridos y como podían debajo de las hojas de palmas junto a las chumberas para pasar desapercibidos. Seguramente que pasaríamos muchas veces al lado de los moros escondidos sin poderles ver ni detener. A los pocos prisioneros que pudimos hacer durante la campaña d Ifni, se les trataba con mucho cuidado por si se revolvían y había que dispararles. Pero en ningún caso los moros dieron muestras de esa valentía. Ellos solían disparar desde las alturas como franco tiradores ocultos y sin mostrarse. No como el Capitán Pedrosa, que durante el tiempo que le conocí jamás se ocultó a los disparos de aquellos malísimos tiradores. A mí también me fueron persiguiendo con sus torpes disparos durante una buena carrera. Lo sabía porque mientras corría, oía en mis oídos, el zumbido de las balas como el sonido que hacen los moscardones al batir las alas. Algunos compañeros contaban sus experiencias con los prisioneros y todos coincidíamos en que ninguno hablaba español; algunos con los brazos en alto se rendían a nosotros dando vivas a Francia suponiéndonos soldados franceses, y otros, como fue en mi caso, diciéndome en un pésimo español que él era bueno y que había luchado junto a Franco. A aquél moro viejo y al que le acompañaba los hice cargar, como cabo interino que era, con los macutos de los componentes de mi pelotón. Al llegar a la carrera junto a donde la sección hacía un breve descanso, entregué los dos prisioneros al teniente Galera, el cual me recriminó mi actitud y me dijo que cuando llegásemos a Sidi-Ifni me considerara arrestado una semana en el Cuerpo de Guardia. Después de la operación Siroco, volvimos a Sidi-Ifni a descansar unos cuantos días. Yo no me presenté en el Cuerpo de Guardia para cumplir el arresto ni el teniente Galera me lo recordó. Lo de descansar solo era un decir, porque no salíamos de hacer guardia en el polvorín cuando pasábamos a hacer guardia en la sede del Gobierno, en la cárcel, en el faro, en la central eléctrica o en el depósito de la gasolina. Y además estaban las guardias nocturnas del perímetro de Sidi-Ifni y el las alturas del monte Bul A Lam. Allí se pasaba francamente miedo. Y en las azoteas de las casas de la ciudad, ni cuento. Los ruidos nocturnos se hacían sospechosos, hasta el extremo de no pegar un ojo en toda la noche, aunque las guardias se hacían quedando en un puesto dos y hasta tres centinelas para relevarnos entre nosotros. En los días siguientes a la llegada a Sidi-Ifni el mando le dedicó a dar algunas condecoraciones a los paracaidistas más destacados en anteriores operaciones. Se estaba gestando otra operación de liberación y castigo y esta vez sería saltando desde los aviones sobre el poblado de Erkúm junto a la costa. Se estaba pensando en que para esa ocasión saltara la 1ª Compañía de la I Bandera paracaidista u otra compañía más veterana. El curso 12º al completo del que yo formaba parte, salvo los heridos y enfermos que no eran pocos, y formando en buena medida la 1ª Compañía, seríamos los elegidos para esta ocasión de oro a escribir en los anales de la historia de los paracaidistas en Sidi-Ifni. Porque hasta entonces los paracaidistas no habíamos hecho otra cosa que actuar como lo que éramos, soldados de Infantería, pero no como se suponía que debíamos actuar y se nos había entrenado a saltar sobre las líneas enemigas y llagar al combate enfrentándonos desde el aire durante la denominada operación Pegaso. El asalto a Erkúm se haría desde el aire mediante el lanzamiento de la 1ª Compañía de la I Bandera paracaidista y además se pensaba contar con el apoyo de los buques de la Armada fondeados en la bahía y aguas de Ifni y con el desembarco de una Compañía de Infantería de Marina que también tendría su bautismo de fuego. Y entonces se produjo un milagro. Al enterarse los heridos y enfermos de la 1ª Compañía hospitalizados, de repente todos sanaron. Los ciegos veían, los sordos oían y los cojos empezaron a andar. Nadie se quería perder el evento de un salto en guerra, como en las películas americanas. Algunos hasta se dieron de alta por su cuenta y se presentaron en el acuartelamiento. Pero se les veía que no podían ni con su alma y fueron devueltos al hospital. Para la Marina, las condiciones de la playa de Sidi-Ifni eran particularmente adversas. El desembarco de la Infantería de Marina se hizo con un anticuado vehículo anfibio y mediante las barcazas de pesca de los nativos. Todo valía para la operación que se preparaba, aunque los moros conocían de antemano nuestros posibles movimientos. ¿Pero cómo los conocían? Misterio. Desde que se puso en marcha la operación, se comenzó a recibir un serio castigo por parte de los rebeldes. La II Bandera tuvo tres muertos y tres heridos. A su vez la Legión sufrió cuatro muertos y también tres heridos. Por su parte la Marina con los buques Galicia y Almirante Miranda, bombardeaban las zonas encomendadas, pero muy pocos proyectiles llegaron a explosionar donde cayeron. Mientras tanto la I Bandera se dispuso a atacar al enemigo. El Capitán Martínez que circunstancialmente mandaba la 1ª Compañía en sustitución del Capitán Pedrosa al mando de la Bandera, sabía que igual que cuando todo está preparado se suspende un salto, al minuto siguiente se puede revocar la orden y mandar a todos a saltar. El Capitán Pedrosa se las ingenió para mandar la Compañía, la suya, la nuestra, para encabezar y no perderse el salto, ordenando que fueran sus hombres los que embarcaran en los aviones. Debieron ser una docena los aviones Junker los que el día 19 de febrero de 1958 calentaban motores en el aeropuerto de Sidi-Ifni. Habían llegado el día anterior desde Las Palmas de Gran Canaria. La 1ª Compañía de la I Bandera paracaidista del E.T. teniendo al mando al Capitán Pedrosa, nos preparamos con el equipo de salto al completo, dispuestos a caer sobre el enemigo y así entrar en combate. El espacio que nos envolvía se había llenado con el atronador ruido de cerca de cuarenta motores bramando a la espera de volar sobre los cielos de aquella provincia española. La segunda sección a la que yo pertenecía, estaba mandada por el teniente Galera. Y a las dos de la tarde de aquel día 19 de febrero, la 1ª y la 5ª Compañía (la de armas pesadas), embarcamos en la docena de aviones Junker dispuestos a saltar sobre Erkúm. El lugar del lanzamiento se encontraba muy cerca de la agreste playa que bañaba el océano Atlántico. Los aviones que habían despegado del aeropuerto de Ifni, habían sobrevolado el mar y dando un amplio rodeo se acercaban perpendicularmente a la costa y al lugar de lanzamiento. Se enciende la luz verde en el interior de mi avión y nos acercamos todos emocionados al momento de saltar, pero viendo por las ventanillas que aún estábamos sobre el océano. Si cambia el viento que no era nada anormal, saltaríamos y caeríamos al agua en una zona de rocas, sin chalecos salvavidas y en un área donde los marrajos solían llegar a comer hasta la costa. El primer hombre en saltar a eso de las tres de la tarde, fue el Capitán Pedrosa que iba en el mismo avión que el teniente Galera y también yo que era su enlace de guerra portando un radioteléfono de campaña. A continuación todos los aviones se fueron aliviando de su carga humana así como del material pesado consistente en ametralladoras y morteros. Después de todo, el salto resultó casi perfecto. No caímos en el mar pero algunos cayeron encima de las chumberas que los moros tenían y cuidaban en los recintos de los patios de sus casas. El fruto de la chumbera es un higo de una calidad más que discutible pero que a los habitantes de aquellas paupérrimas tierras les sirve como alimento. En algún momento también nosotros hubimos de echar mano de los higos chumbos secados al sol que requisamos en las casas moras de las que desalojábamos a los moros rebeldes. Algunos caímos sobre las cubiertas de las casas sin otro problema que tener que saltar al suelo desde aquellas terrazas de barro con paja secado al sol. Solo un reducido de moros rebeldes se atrevió a disparar algún tiro desde la distancia pero fueron silenciados de inmediato por medio del fuego de nuestras ametralladoras. El trato de nuestras tropas con los nativos de Erkúm fue prácticamente correcto. Algún disparo suelto para liberar la adrenalina y contra algunos cacharros, pero nada más. Incluso nos dieron a entender que como ellos no eran combatientes, nos agradecían que se hubiese dispersado a los rebeldes. Allí quedaron de retén una pequeña guarnición de soldados de reemplazo, mientras nosotros a eso de las 20 horas, volvimos a encaminarnos hacia Ifini donde llegaríamos como dos horas después. El precio en sangre derramada que pagamos en esta operación y a pesar de todo fue muy alto. Entre nuestros muertos paracaidistas y los de la Legión, se contabilizaron un total de cinco fallecimientos y ocho heridos de diferente consideración. Más de uno de los componentes de la Legión que contempló desde tierra el lanzamiento de los paracaidistas, en cuanto le fue posible corrió a apuntarse para hacer el curso y así obtener el título de Cazador Paracaidista. Militarmente hablando se denomina como un veterano de Ifni y además, un Mutilado de Guerra por la Patria con los títulos que lo acreditan. Después, en el Cuerpo de Mutilados, llegarían los sucesivos ascensos hasta el de teniente retirado de la Legión. Sinceramente creo que nunca maté a propósito a ningún moro rebelde, pero como ellos nos disparaban es posible que alguno de ellos cayera al menos herido por mis disparos para que dejaran de hostigarnos. He leído algunas narraciones de otros compañeros paracaidistas, veteranos como yo, en las que hablan de la famosa llamada de África y de que esperan regresar alguna vez a pisar aquellas tierras antes de morir o de hacerse demasiado viejos. Pues bien, en mi caso he de decir que jamás se me pasó por la mente el regresar a Sidi-Ifni. Los hechos acaecidos y sus consecuencias que perturbaron definitivamente mi vida, no me han dado lugar a desear volver a ver aquellos miserables paisajes llenos de matojos sin ninguna utilidad digna de mención. El que para algunos románticos, el regreso sea como la respuesta a una embrujada llamada, en mi caso aquella difícil situación me dejó suficientemente saturado del espectáculo de unas tierras y de unos vientos estériles. Mientras la II Bandera paracaidista se retiraba para el acuartelamiento de Alcalá de Henares en Madrid, la I Bandera habría de quedarse para continuar con la protección de convoyes sobre todo dirigidas al monte Buyarifen donde la 2ª Compañía, fue atacada. Allí tuvo que defenderse disparando granadas de mortero y algunas que otras ráfagas de ametralladoras. El día 4 de junio de 1958, al dirigirnos una vez más al monte Buyarifen protegiendo un nuevo convoy pisé una mina y a consecuencia de ello y como ya he relatado anteriormente, en el hospital de Sidi-Ifni me amputaron el pie derecho. El día 11 de junio y ya sin mí, volvieron al monte Buyarifen solo para un día, como siempre. Esta vez era para proteger la retirada de los soldados del Regimiento “Soria” nº 9 que por ser soldados de reemplazo, lo había pasado aún más canutas que nosotros. Mucho peor que las fuerzas voluntarias de la Legión y Paracaidistas juntas. Sin embargo, allí se permaneció otros diez días con sus largas noches. Los moros, en las postrimerías de la campaña que ya habían perdido, se entretenían disparando sus “pacos” a cualquier hora del día o de la noche y manteniendo en vela a la tropa en un inoperante deseo de desgaste del enemigo. El día 24 de junio siguiente a estos episodios, los paracaidistas que hacían guardia en lo alto del monte Bul A Lam fueron atacados pero sin que hubiese muertos ni heridos entre nuestras filas. Según cuentan los anales de la historia de la guerra ignorada de Ifni, ésta ya estaba terminada hacía meses y la campaña estaba finiquitada, pero la realidad era otra. Los moros seguían disparando sus fusiles por las noches, para continuar hostigando a los cansados soldados españoles. Durante el caluroso mes de agosto de 1958 y por fin un buen día, a través de radio macuto se comenzó a escuchar que las fuerzas paracaidistas volvían pero esta vez para Las Palmas de Gran Canaria. La verdad es que los paracaidistas ya estaban cansados de no tener un mal combate que llevarse a la culata plegable del Cetme. Por otra parte las chicas españolas de Ifni no les hacían ni caso y además sus padres, llenos de estrellas y medallas, eran un peligro mayor que el de los rebeldes bastante callados a estas alturas de la campaña. Y las moras, si no se pasaba antes por taquilla, no había nada qué hacer. Un total aburrimiento, pero siempre quedaban las chicas del burdel para algunos desesperados. En una ocasión estando de cabo con mi pelón de guardia, tuve que ir al burdel a por José Gascón que se había escapado de su puesto de guardia y se había refugiado en el camastro de la Chocholoco que era una de las chicas del burdel. Por fin, a primeros de septiembre, Dios parece que se apiadó de la I Bandera y sus componentes, o lo que quedaba de ella, y a continuación es embarcada mediante procedimientos tercermundistas, en dos buques de la Armada rumbo a La Palmas, donde unos fueron alojados en unos cuarteles de La Isleta y otros en un cuartel en el aeropuerto de Gando. Allí por causas desconocidas, la tropa pasaba hambre, mucha hambre. Dijeron las malas lenguas que algún mando se lucraba con el dinero destinado al rancho de los paracaidistas que siempre había sido muy superior al de los soldados de reemplazo, hasta que un día y al viejo estilo carcelario, la tropa se sublevó haciendo un ruido infernal con las marmitas chocando contra los hierros de las literas. Llegó el oficial de guardia y mandó formar a todos en el patio. Sus palabras fueron que alguno sería fusilado por amotinamiento, o algo así. Pero resulta que fue llamado a las oficinas de Mayoría y volvió al patio más suave que un guante. Como resultado de aquel episodio, el rancho mejoró notabilísimamente y no fue necesario que fusilaran a nadie. Se supone que la mano del Capitán Pedrosa no andaba muy lejos de aquellas medidas de paz y orden. De la estancia de los paracaidistas en Las Palmas se contaron muchas y jugosas anécdotas, casi siempre relacionadas con las faldas de las chicas canarias y con los celos de los guanches que acababan casi siempre en trifulcas en bares y en cines. En alguna ocasión algún oficial salió volando por los aires. Hubo reprimendas y consejos de no meterse en líos con la población, pero con la salvedad de que si les atacaban a los paracaidistas, que éstos se defendieran. El Capitán Pedrosa, el hombre de hierro, también cayó enfermo y fue hospitalizado en el Hospital Militar de Las Palmas. Hasta allí se acercaron un pequeño grupo de paracaidistas seleccionado de entre toda la 1ª Compañía para hacerle una breve visita de cortesía. El Capitán lo agradeció mucho aunque era persona de pocas palabras. De la estancia de los paracaidistas en Las Palmas se cuentan algunas anécdotas.
José Luís González Vicente nos cuenta que un día paseando en grupo por la playa vestidos de militares, claro está, trataban de intimar con las chicas que tomaban el sol. Creían que todas serían extranjeras por lo que al no tener ellos ni idea de sus idiomas, desde lejos trataban inútilmente de llamar su atención con siseos y silbidos de admiración. En esto que el amigo José Luís se bajó a la arena. Se sentó en el suelo como si tal cosa delante de una morenaza con unos ojos muy negros, que para sí mismas querrían las moras. Y entonces empezó un monólogo. ¡Hola beautilfu! Coman tale vu?. La morenaza se reía. Vulez vu vuelque chose? No te jode. Que manda llamar al camarero pues por lo visto aquella zona de playa era de un hotel privado, cercado y reservado. Nos sirven un refresco cojonudo con hielo picado, con una rodajita de limón arriba, y “tira palante que viene el comandante”. Luego entre señas, la manita y demás, se pasó un rato cojonudo. No hizo falta intérprete ni nada. Se enteró que yo era un tío valiente que venía de luchar en Sidi-Ifni y que me encontraba muy solito por aquellas tierras. Una especie de descanso del guerrero. Si no lo veo no lo creo. Cuanto he escrito hasta aquí sobre la difícil situación de los soldados en Sidi-Ifni, ha sido casi reprimiendo las lágrimas que me causan aquellos tremendos recuerdos. Los paracaidistas, aún siendo supuestamente una unidad de elite entrenada para ser transportadas en aviones y caer detrás de las líneas enemigas, nos vimos obligados a patear, palmo a palmo, todo el territorio de Sidi-Ifni en interminables marchas a través de un terreno pedregoso y la mitad de las veces, combatiendo constantemente; mal comidos, mal armados, mal equipados y casi descalzos. ¡Adiós Ifni, nunca te olvidaremos! La crónica de la difícil situación de las Banderas Paracaidistas en Sidi-Ifni se saldó con un buen número de muertos, heridos y desaparecidos, entre oficiales, suboficiales y tropa. ¡Presentes! ¡Nunca los olvidaré! Tengo derecho a decir que la forma de renunciar a Sidi-Ifni allá por el 30 de junio de 1969, fue cuando menos humillante. Tengo derecho a decirlo porque en 1957-58 en Sidi-Ifni, yo luché en defensa de los más altos intereses de España en aquellas tierras. Las penurias del Ejército español, las pasé yo. La bandera que se enarbolaba, era la mía.
La herida de guerra que me llevó a perder un pie, la sufrí vertiendo mi sangre por España. Después de varias negociaciones secretas entre Franco y Mohamed V y Hassan II, se llegó al acuerdo de la cesión de Ifni a cambio de unos beneficios pesqueros en la zona marroquí durante diez años, de los que solo se cumplieron tres. Se hicieron efectivas las negociaciones con los acuerdos de Fez en enero de 1969 y a partir de ese momento salieron del territorio los últimos soldados españoles representados por la Legión. La guerra ignorada de Ifni-Sahara, donde tantos españoles dejaron su vida y su integridad física, parece que nunca existió. España no solamente dejaba en el olvido un territorio, sino una población española y unos nativos que no querían pertenecer a Marruecos. También se dejaba en manos de Marruecos todo un emporio de riqueza que había costado muchos millones de pesetas y que muy pronto dejaría de existir. A pesar de los sinsabores de la guerra, no se perdieron de vista los eventos deportivos y las bromas y así lo refleja la imagen de un paracaidista recibiendo un diploma por haber corrido más deprisa que los otros. A manera de epílogo para mi relato con cincuenta años de antigüedad, podría añadir que es evidente que los paracaidistas ya no estamos en Ifni, y que la difícil situación creada por Marruecos, ha terminado hace mucho tiempo. Pero me surge una pregunta. ¿Por qué España no está todavía en Ifni?, eso no lo podemos enjuiciar ninguno de los paracaidistas que nos dejamos en ese territorio nuestras vidas y nuestra integridad física. Lo que sí sabíamos era que tanto Ifni como el Sáhara eran provincias españolas, sin discusión, y que habíamos llegado allí para defenderlas de las agresiones de los moros rebeldes.
Hay otras preguntas: ¿Qué eran aquellas tierras antes de que los españoles llegaran allí para llevar la civilización y el progreso? ¿En qué estado las dejó España al marchar? ¿Cómo y durante cuánto tiempo las conservaron los marroquíes? Aun cuando yo cayera herido en Buyarifen el día 4 de junio de 1958, el día 21 de abril de ese mismo año se dio por finalizado el período de las operaciones de guerra. La campaña de Ifni y de Sáhara había terminado con una victoria rotunda según se dijo entonces en los medios de difusión. Unas páginas de gloria para el Libro de Oro de las Fuerzas Armadas españolas. De aquella difícil situación, solo queda intacto mi recuerdo para aquellos que cayeron heroicamente en tierras de Ifni y de Sáhara, para quienes derramamos nuestra sangre, y también para mis compañeros, que lucharon hasta el final en defensa del honor y la dignidad de España.

 Los Belones, septiembre de 2007
 Algunas de las fechas y nombres de lugares que aparecen en esta obra, han sido tomados del libro “IFNI 1957/58 CINCUENTA AÑOS” de José Luís González Vicente, y otros datos, así como las fotos, me las ha facilitado Juan Antonio Espí Puertas. Compañeros paracaidistas ambos, que como yo, combatimos en Sidi-Ifni.
Otros datos, han sido tomados del libro LA GUERRA DE IFNI (1957-1958), de Rafael García Jiménez, Coronel de Intendencia, y también del libro Ifni-Sahara/ LA GUERRA IGNORADA, de Ramiro Santamaría Quesada.

 A todos ellos muchas gracias.