XIII BANDERA Edchera 1958
Aquel enero de 1958 enterramos a
muchos legionarios muertos por la traición de unos cobardes llamados Ejército
de Liberación Nacional (ELN). Unos que pretendían liberar al pueblo marroquí de
la colonización española pero que, para combatir, se ocultaban entre sombras y
emboscadas.
De aquello ya va algo más de
cincuenta años y hoy por hoy, cada noche recuerdo sus caras y me maldigo a mi
mismo por vivir maltrecho y mullido en una silla de ruedas. Debería de haber
muerto con vosotros aquel día y no aquí, inútil y aburrido sintiendo la
vergüenza de que limpien mis heces cada mañana.
Recuerdo aquel trágico y glorioso
día en la XIII Bandera
Independiente de la
Legión Española. Pertenecíamos a la VII Bandera de la Legión y veníamos de
Larache a dar apoyo a la
XIII Bandera. Junto a nosotros vinieron muchos amigos que se
ofrecieron voluntarios por la gloria del cuerpo y de España. Algunos mandos
también se ofrecieron al caso, como el Tte. Gamborino del cual tengo muy buenos
recuerdos igual que de todos mis compañeros. En especial de ti amigo mío, mi
binomio de combate: El Legionario Alfredo Pérez de la Cruz , nacido en Ávila.
Compañero, cuanto te he echado de menos durante estos años. No he dejado ni un
instante de recordar aquellos buenos momentos en la Legión y nuestras juergas
junto a Sánchez y el Cabo Belmonte.
Amigo mío yo tenía que estar a tu
lado. Perdóname por esta ofensa, pero tal vez Dios, lo quiso de esta manera. O
al menos eso creo yo, porque es lo único a lo que me he aferrado en estos años.
A su voluntad y a los buenos recuerdos de aquellos días.
¿Te acuerdas amigo mío de lo
alegres que marchábamos el día que nos destinaron a la XIII Bandera ? Menudo
orgullo teníamos en el pecho. Entraríamos en combate contra aquellos moros
independentistas y los pondríamos en su lugar. Cuantas risas nos marcamos en la
cantina esa noche antes de partir hacia Edchera, cuando el cabo Belmonte
comenzó a imitar a uno de esos moritos cuando entraban en combate. Que bueno
era el cabrón del Cabo (con su permiso). Decía que se quería dedicar a eso del
humor como el grande de Gila cuando todo aquello acabase y que nos invitaría a
su espectáculo.
¡Maldita sea Alfredo esos moritos
de los que se reía el Cabo, nos dieron morraja de la buena ese día y acabaron
con casi todos los que estábamos allá abajo en el Saguia. Se cargaron al bueno
de Oleaga. ¿Te acuerdas de él? Yo lo ví caer antes que me sacaran de allí.
Recuerdo que unos días antes de
lo ocurrido ya sabíamos que pronto saldríamos hacia Edchera en misión de
reconocimiento. Se estaban dando algunos problemas con esos del ELN por aquella
zona y prestaba conseguir información de primera mano sobre la situación. Creo
que nadie se esperaba que aquello se convertiría en una escaramuza en toda
regla. Muchos días han sido los que he revisado tranquilo en mi sillón el plan
de batalla de aquel día. He leído informes y he buscado información en una cosa
que te gustaría llamada internet. Tú siempre fuiste muy moderno por eso te lo
digo. A pesar de todo, no dejo de estremecerme con todos los recuerdos y no
puedo olvidar lo sucedido por respeto a todos vosotros que dejasteis vuestra
vida en la tierra ardiente de aquel infierno angosto.
El corneta tocó diana aquella
mañana del 13 de enero de 1958 más pronto de lo normal. Querían que
estuviéramos bien apunto cuando se diese la orden de marcha hacia Edchera. Nos
levantamos con la presteza que a un legionario le debe de caracterizar y con
resaca o sin ella, salimos del catre agitadamente. Todos en el barracón
corríamos de un lado para otro preparando nuestro equipo. Si alguien hubiese
entrado en ese momento, alguien que no conoce el Ejercito; tal vez hubiese
notado cierto jaleo y cierta descoordinación pero se equivocaría. Aquellos legionarios,
venidos de muchos rincones de España, extranjeros, con pasado o sin él; se
movían como un reloj de esos suizos que dicen son tan precisos. Aunque creo que
esta comparación es una estupidez. La legión no tiene comparación a nada ni a
nadie; es única y sin igual. Que le den a los suizos y sus relojes.
El Cabo cuartel entró por la
puerta del barracón y comenzó a meternos presión. La gente lo notó y todo se
aceleró mucho más de lo que ya iba.
—¡Vamos señores quiero ligereza
en esos pies me cago en la leche! ¡Os quiero fuera ya mismo y eso es muy tarde!
¡Vamos, vamos, vamos!
Creo que nunca he corrido tanto y
me he atado las alpargatas tan rápido como los días que estuve allí en la Legión. Mis manos eran
rápidas y precisas, no como ahora que me cuesta buscármela entre los
pantalones. Si Driffa, la mora aquella del cafetín del Aaiún, aquella de
grandes y rasgados ojos negros que casi nos hacía perder el sentido me
viese ahora mismo; creo que se estaría riendo de mi hasta el resto de sus días.
La buena de Driffa… cuanto la he echado de menos en la soledad de mis noches.
Después de aquel día y tras salir del hospital sin una pierna menos no me
atreví a despedirme de ella. Tanto coraje para unas cosas y que débil me sentí
aquel día. Tal vez Driffa no me hubiese rehusado pero yo sentía vergüenza de
verme de aquella manera tan inútil. Cuando llegué a España, todo cambió y poco
a poco me fui escondiendo de mi mismo. Aquella escaramuza destrozó mi vida por
completo, me dejó sin ganas de vivir, sin esperanza alguna. Me convirtió en un
trasto. Lo siento Alfredo pero no pude tirar adelante. Tendrás que perdonarme.
La mañana se desenvolvió
rápidamente y en pocas horas la compañía estaba formada en el patio con los
fusiles Mauser, munición y el rancho en la mochila más tiesos que una vela. A
la izquierda del patio la 1ª Compañía del Capitán Girón; en el centro la 2ª
Compañía de fusiles del Capitán Jáuregui; y la 3ª Compañía del Teniente Vizcaíno;
seguido a la izquierda del todo la 5ª Compañía de ametralladoras y morteros del
Teniente Barco. Cuatro Compañías de legionarios alzaban sus caras hacia el sol
sahariano de la mañana, con la camisa descubierta mostrando el pecho y las
medallas que algunos llevamos como un estandarte en la batalla. Cada uno s
tenía sus razones para estar allí y cada uno de nosotros, tal vez expiaba sus
culpas y pecados de aquella manera. Por unas por otras todos éramos Legión.
El Comandante de la XIII Bandera salió al
patio junto al Coronel Mulero. Entonces los Capitanes dieron el, firmes. Los
Capitanes dieron novedades al Comandante Rivas y este a la vez se las dio al
Coronel. Entonces este lanzó unas palabras al aire que no olvidaré nunca.
—¡Caballeros Legionarios! ¡España os necesita una vez más
para gloria de la patria! —hizo un pequeño silencio mientras observaba la
formación— ¡Voluntarios!
En ese momento todos a una dimos
un paso al frente y mis lágrimas brotaron de mis ojos destellando bajo aquel
sol extranjero. Los vítores a España y a la Legión brincaron al aire repetidos tras el
Coronel. Después de aquello no hubo más que decir. Estábamos preparados para lo
que fuera. Dispuestos a morir por la patria y por el compañero que a nuestro
lado luchaba…...
La Columna de vehículos se
dispuso en marcha casi paralela al Saguia El Hamra guardando una perfecta
estructura de mando en la marcha. El Capitán Jauregui marcaba la vanguardia
dando seguridad a la
Bandera. En caso de un hostigamiento, la 2ª Compañía daría
tiempo y espacio a toda la
Bandera para su despliegue y posterior reacción.
Salimos del Aaiún a eso de las
07:00 de la mañana, el cielo estaba despejado y cierta calma se anticipaba al
desastre. A pesar de que marchábamos hacia un posible contacto con los moros
independistas y que tal vez la muerte nos saliera al paso sin temor alguno, en
nuestro interior crecía el buen ánimo. En la Legión las dudas son un mero pensamiento.
La columna avanzaba sin ninguna
tregua. Desde el interior del camión, los legionarios hacían alguna que otra
broma aligerando la tensión. Recuerdo aquel malagueño que contaba unos chistes
muy malos pero que, gracias a su acento, nos hacía reír a carcajadas. Fue uno
de esos chistes lo último que escuche de aquel legionario. No a muy tardar
oímos disparos. Todos guardamos silencio y desde la cabina del camión el Cabo
maldecía sobre unos camellos que al parecer se habían cargado a tiros. Alguien
se creía John Wayne. Pero aquello sólo fue el precedente de lo que estaba por
llegar. Al poco tiempo escuchamos por la radio anunciar, disparos desde el
flanco derecho de la columna proveniente de la Saguia. Los del ELN
habían hecho acto de presencia. Todo se aceleró desde ese momento. La radio
estalló en un manojo de voces intercambiando ordenes y posiciones. Dentro del
camión todos callamos al instante y nos preparamos para el combate. Recuerdo
que Oleaga, que venía en nuestro vehículo, estaba tranquilo y miraba hacia el
exterior sin casi inmutarse de lo que pasaba. Me fascinaba aquella tranquilidad
que tenía mientras tu y yo apretábamos nuestro fusil Mauser como si de nuestra
vida costase el perderlo.
Llegó el momento que esperábamos.
Aquello por lo que nos entrenaron. El Capitán Jauregui había recibido fuego enemigo
desde el Saguia y se adelantaba hacia el cauce. El Cabo Belmonte nos ordenó
prepararnos para orden de combate y saltar del vehículo. El camión aceleró su
marcha. Desde el interior, pude ver mientras pasábamos a todas velocidad al
Teniente Gamborino, que se parapetaba desde su vehículo disparando hacia el
fondo del Saguia. Entonces al poco tiempo perdimos de vista la meseta y el
resto de la Bandera. Nos
adentrábamos dentro del cauce del Saguia. Acto seguido el cabo Belmonte dio la
orden y saltamos del vehículo en marcha sin dilación alguna. Aquello se
convirtió en una nube de polvo sahariano. Una oleada de legionarios haciendo
tierra comenzó a desplegarse. Mi corazón comenzó a latir muy deprisa, mis
músculos se tensaron y la adrenalina podía saborearla junto al amargo sabor de
la arena del desierto. El Cabo Belmonte dio señales y nos desplegamos hacia el
borde del acantilado del Saguia. Nos tiramos cuerpo a tierra e intentamos
encontrar algún tipo de cobertura pero aquello era un infierno. Los matojos de
esparto eran lo único que podíamos encontrar y los moritos independentistas,
azuzaban sus armas contra nosotros parapetados entre las aberturas de las
paredes del Saguia sin darnos tregua alguna.
El fuego se hizo intenso y pronto
las bajas se hicieron presentes entre nosotros. El tiempo pareció detenerse y
lo único que podía escuchar era el silbar de las balas por encima de mis cabeza
—te juro que no sé el tiempo que pasamos allá abajo Alfredo—. Nadie se movía de
su posición y manteníamos la cabeza lo más gacha posible. Estábamos en mucha
desventaja por aquel maldito terreno. Giré mi cabeza para localizarte y mi
corazón dio un vuelco al comprobar que una bala había hecho blanco en tu oído y
te había atravesado la cabeza. Aquello me dejó sin capacidad de reacción por un
momento. Más tarde la furia entró de nuevo en mí y el credo legionario me hizo
avanzar. Tal vez estuvieras muerto pero juré vengarte. Recargué mi fusil Mauser
como pude y continué disparando sin cesar, mientras las lágrimas brotaban de
mis ojos mezclándose con la arena del Saguia.
No ha muy tardar
las cosas, cambiaron, y nuestro mando, el Capitán Girón ordenó volver a los
camiones para salir de allí, o al menos eso era lo que el Cabo Belmonte nos
decía a voz viva. Había cambio de planes. Todos nos vigilábamos de reojo a la
espera de las órdenes del cabo para retirarse pero aquella orden no llegó. El
Cabo nos ordenó continuar con el fuego de cobertura. El Capitán Girón se
retiraba hacia la meseta de arriba y la sección de nuestro Brigada Fadrique,
quedábamos allá abajo solos con el Capitán Jauregui y su compañía.
El Brigada Fadrique
hizo acto de presencia junto a nosotros pistola en mano acompañado de algunos
Cabos y nos hizo una señal de avance. Al principio no comprendí aquella locura
pero no tardé en comprenderla. Un centenar de moros se nos venían encima y
otros muchos salían de los rincones de la Saguia El Hamra. Debíamos de pararlos y evitar
que alcanzaran al resto de la
Bandera. Todos nos levantamos y con bayoneta calada, hicimos
un contacto tan íntimo con aquellos moros traidores, que de ser aquello
rameras, hubiéramos acabado exhaustos de tanto darle a la berga. Aquello fue
toda una carnicería. Unos y otros nos acuchillábamos sin menosprecio o nos
disparábamos a bocajarro sin ternura alguna. En aquel lugar Dios nos había dado
la espalda.
A mi lado el Cabo
Belmonte cayó muerto y sus sueños se perdieron en la tierra ardiente. Nuestros
hombres estaban sufriendo muchas bajas. El Brigada Fadrique que se encontraba
cerca de mi con Oleaga avanzaba sin temor pero en muy poco tiempo el Brigada
cambió de opinión y decidió retroceder dando las ordenes oportunas. Los heridos
estaban siendo demasiados y debían ser retirados —este fue mi caso Alfredo—.
Por desgracia un moro me dio de lleno en la pierna mientras cubría la retirada
de un grupo de heridos.
Miré mi pierna y
descubrí que sangraba con mucha intensidad. Aquellos cabrones hacían bien su
trabajo. Mis sentidos dejaron de ser finos y la confusión me descentró del
combate. Busqué mi fusil Mauser desesperadamente entre el polvo y la arena. Debía
de seguir con mi cometido. Me arrastré entre los cuerpos de mis compañeros a
duras penas. Quería llegar hasta el Brigada Fadrique que luchaba codo con codo
con Oleaga pero no pude hacerlo. Varios legionarios me cogieron de los brazos y
me retiraron hacia la retaguardia dejándome detrás de los camiones mientras
gritaba como un loco que me soltasen —maldita sea Alfredo, te juro que maldije
a aquellos hombres por sacarme del campo de batalla pero ellos, al igual que
yo, cumplían ordenes de un mando. Y eso no es discutible—.
Allí detrás de los
vehículos, impotente y furioso seguía el combate mientras los demás combatían
con bravura. Entonces sucedió que, mientras limpiaba mis amargas lágrimas, un
avión Heinkel 111 sobrevoló el cauce y la meseta donde estábamos combatiendo.
Al poco, volvió a pasar de largo y lanzó un racimo de bombas mucho más allá de
nuestra posición. ¡Aquello era una locura! ¿Qué es lo que estaban haciendo?
Allí abajo en el cauce toda una compañía y la sección de mi Brigada Fadrique
estaba siendo pasada a cuchillo sin clemencia. ¿Por qué lanzaban las bombas más
allá de nuestra zona?
Mi tiempo de
espectador tocó a su fin. Un camión llegó a la zona donde yo estaba y dos
legionarios saltaron del camión para cargar a los heridos según las ordenes del
Brigada. Aquello se había acabado para mi y mi corazón comenzaba a envejecer.
Desde mi visión del interior del camión junto con una veintena de heridos pude
ver como la lucha se encrudecía. A lo lejos, antes de caer inconsciente pude
divisar a Oleaga y el Brigada Fadrique caer al suelo. Entonces me maldije para
siempre por no haber sido mejor legionario —y te juro Alfredo que eso no a ha
cambiado—.
Miré mi pierna por
última vez con los ojos nublados y pude ver que la sangre era abundante. Cogí
una de mis trinchas y la até a mi pierna para hacer un torniquete. Después,
todo quedó en negro y hasta hoy amigo mío todavía sigue así. Triste y sin
sentido. Esperando que esa niña malcriada llamada muerte se digne a visitarme.
Reescribiendo una y otra vez esta carta como un tormento que nunca acaba,
buscando una redención conmigo mismo. Un perdón por fallarte.
Amigo mío, guárdame un sitio en el cielo hasta
que Dios me llame.
Hasta pronto Legionario.