Cualquier
otro país, como Francia, Inglaterra o Italia, hubieran filmado no una, sino
varias películas, de haber sufrido una guerra como la nuestra de Ifni-Sahara en 1957/58
Con
las imágenes de una Carmen Sevilla cantando “con la tinta del calamar”, un Gila con
“es el enemigo que se ponga” y otros artistas del momento como Elder Barber
cantando “una casita en Canadá”, y todos ellos visitando sonrientes a las tropas
acuarteladas en Ifni y en el Sahara, no dejaban lugar a dudas en el NODO sobre
la escasa importancia del suceso.
Lo
importante era contar brevemente que el Ejército español, una vez más, había
salido victorioso de una guerra que no existió, pero en la que más de 300
españoles murieron; otros 600 cayeron (caímos) heridos, y otros cerca de 80 se
dieron por desaparecidos.
Marruecos
comenzó a reclamar la soberanía de las posesiones españoles del norte de África
inmediatamente después de obtener su independencia de Francia, en 1956.
Liberados
los marroquíes del colonialismo francés, la idea del "Gran Marruecos"
defendida por el Istiqlal, el partido de la independencia, pasaba por recuperar
los territorios de Ifni y el Sahara Occidental. Mohammed V impulsó una amplia
campaña popular contra la ocupación española de los territorios africanos y las
manifestaciones de descontento popular se recrudecieron.
En
abril de 1957 la situación se desbordó y Franco decidió enviar dos banderas de la Legión a El Aaiún, en junio
de ese mismo año.
El
23 de noviembre el Ejército de Liberación Marroquí, alentado por Rabat, decide
intentar tomar la plaza militar de Sidi-Ifni a la vez que se lanza a la
conquista del Sahara español, a unos doscientos kilómetros al sur.
Los
soldados resistieron en un primer momento el envite, pero no estaban preparados
para la guerra de guerrillas que les planteó el enemigo. En el espacio de dos
semanas el empuje de los continuos ataques marroquíes hizo replegarse a los
militares españoles, que abandonaron los puestos de vigilancia y las
poblaciones cercanas. Finalmente quedaron bajo asedio en la capital durante los
meses que duró la contienda.
La
acción de las tribus de la región fue clave, ya que interceptaban las rutas de
suministros destinadas al ejército español y emboscaban a las patrullas que
circulaban desprevenidas por el desierto. Las condiciones materiales del Ejército
español, con un armamento obsoleto no ayudaban a una difícil lucha entre arena
y piedras. A pesar de todo, la plaza militar de Sidi-Ifni mantuvo su perímetro
defensivo y rechazó la invasión.
Mientras
tanto, la lucha se recrudecía en el Sahara Occidental, donde el rebautizado
Ejército de Liberación Saharaui había abierto varios frentes tras reorganizar
sus efectivos. Este fue el escenario donde marroquíes y españoles concentraron
sus fuerzas militares.
El
Ejército del Aire español, en pleno proceso de reemplazo de sus viejas
unidades, tuvo que defender entre octubre de 1957 y abril de 1958 el territorio
de Sidi-Ifni con armas obsoletas repotenciadas de emergencia, porque EE.UU. le
prohibió el uso del armamento transferido por el tratado de amistad en 1953 en
una guerra considerada por el gobierno americano como de carácter
"colonial".
Resultó
que aquel glorioso ejército carecía de casi todo: Los aviones eran antiguallas
de los años treinta; los Junkers que a falta de bombas lanzaban bidones de
gasolina provistos de un sistema de explosión artesanal ideado por un teniente
paracaidista; los soldados del SMO calzaban alpargatas para combatir en un
terreno abominable de arena y piedras; cargaban todavía con una manta y su
ración alimenticia se reducía muchas veces a un chusco y una lata de sardinas;
para socorrer a los asediados, que se les lanzaba el agua dentro de neumáticos
de camión, a falta de envases mejores, que reventaban al llegar al suelo; la
puntería de los aviadores era tan mala que disparaban contra soldados propios
que salían desesperados de los fortines en busca de agua y comida; para las
comunicaciones, se usaban radios de carga a pedales… Una pobre defensa llevada
a cabo con “vieja chatarra cuidadosamente remendada”, como escribiría el
general Casas de la Vega.
Como
no se podía culpar oficialmente a Marruecos, dados los intereses económicos en
la región y la presión de Estados Unidos para la descolonización del
territorio, y puesto que a Francia no le interesaba dar publicidad a sus
actividades militares, se encontró un culpable perfecto: el comunismo
internacional. Los españoles sólo veían en las pantallas de los cines que el
conflicto había sido provocado por un grupo de mercenarios y terroristas
bolcheviques, y que no había por lo que preocuparse.