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Por Valentín García Carballo
En leyendo, en mi condición de nobel colaborador de este blog, lo mucho y
cierto en el escrito, el pecho se inflama de patrio orgullo y sincero
reconocimiento al autor por plasmar en letra impresa el noble sentimiento que
guía pluma tan certera y aún más certero criterio.
Ya quisiera yo, que en vuestra merced por así reconocido quedase, ser el
bachiller que a tan letrado autor acompañase.
Mas, un camino emprendido en tan buenas lides literaria, y tema tan sensible
como resulta ser la guerra ignorada de Sidi-Ifní, solo una pluma admite.
El resto es complejo de mal
copiador, que por no entender, argumentos de creador le fallan y solo en
duplicar el texto se afanan y se ufanan, y no quisiera yo caer en esa
tentación.
Siga vuecencia con tan magros relatos, enderezando entuertos, allanando
caminos, problemas resolviendo, que en viendo yo que en el blog que a bien
tiene su merced dirigir, todo funciona, contento quedo.
No escatimo por elogios, en merced que ello merece, su figura y su trabajo pues de sabido y bien nacido es
reconocer la justicia que acompaña la ilusión que brotó de la fe de sentirse patriota y a mayor
mérito ¡soldado español!
Que los pérfidos molinos no son gigantes a los que derribar, es algo que en entendimiento,
por pasado el tiempo y en entretenimiento de lecturas basados, ya sabemos.
Pero cuídese vuestra merced, no pierda detalle, que por mor de esas nuevas
técnicas que dícense nos invaden, nuevos molinos nacieron a su socaire, y a los que si se tercia, habrá de combatirse aunque en apariencia cambiaren.
Sigan pues vuestra merced en su trabajo, en tan grato entretenimiento de
escribir sus relatos, vivencias y recuerdos almacenados siempre bien recibidos
y mejor valorados.
Por mi parte ya adelanto, que en leyéndolos, el sentimiento patrio renace,
si es que alguna vez adormecido quedó por mor de la situación, nunca por falta
de coraje.
Así pues tenga por bien entendido vuestra vuecencia, que aunque no sea el
bachiller que acompañe la pluma en la
narrativa, sí lo seré como lector en el
disfrute de esas justas que en merecida medida nos promete para deleite de
aqueste que le sigue, su seguro
servidor, en aquello que guste mandar, que para aquesto quedamos.
Yo seguiré con los míos, para algunos y
depende de cada quien, ciertos o imaginarios, que en eso no debato. No
vale la pena perder el tiempo en porfías y necios regaños. Para mí sean lo uno
o lo contrario, siguen siendo
válidos.
PRIMER SALTO
Por Valentín García Carballo
¡Qué tiempos!...¡Qué vivencias!...¡Cuántos recuerdos!... ¡Y cuanta mala leche desplegada a lo largo de dos interminables años! Pero por encima de todo !Cuanta nostalgia de aquellos maravillosos 19 años que nunca volverán!
¡Bendita inocencia! Nos lo creíamos todo. Nuestro espíritu aun en formación, era una tierra virgen, fértil para ser abonada.
Y lo fue. El problema es que los profesores que nos tocaron en suerte, no eran los más preparados para abonar adecuadamente aquella tierra virgen y generosa.
"Que gran vasallo hubiera sido de haber tenido un buen señor"
Por el contrario, sin ninguna preparación ni conocimiento, en su condición de personal de reenganche sin la más elemental noción de psicología y nulo saber del comportamiento humano, intentaron y consiguieron amedrentarnos, pensando que era la mejor forma de enseñar.
Y se perdió como siempre sucede en estos casos, el enorme caudal que todos y cada uno de nosotros llevábamos dentro. Se marginó lo espiritual para potenciar lo material, ignorando que ambos van unidos, y que el uno sin el otro provoca un desequilibrio que marca el comportamiento posterior del sujeto.
Nos enseñaron a fuerza de impartir órdenes y castigos. Nuestros primeros contactos decepcionantes. El castigo primaba sobre la razón. Y sobrevivimos fortaleciendo cada uno el espíritu de acuerdo a sus creencias y voluntad.
Unos mejor que otros, fuimos forjando lo que más tarde sería nuestro comportamiento, nuestra forma de ser. Y entre los valores que potenciamos, como no podía ser de otra forma, destacó el compañerismo. Se hacía preciso para sobrevivir a los interminables momentos de angustia y nostalgia que tenían su forma de actuación en el cuerpo militar que voluntariamente habíamos elegido.
Merced al sentimiento de compañerismo y de amistad, fue creándose un vínculo más fuerte que el negativo que nos transmitían aquellos que se suponían debían formarnos, y que lo que consiguieron en algunos casos, fue lo contrario. No hay regla sin excepción. También los hubo, yo los conocí, aquellos que aun cuando carecían del más elemental conocimiento como educadores, sin embargo sobresalían como buenas personas y compañeros. ! Para ellos mi gratitud y tributo.
Y hecha la reflexión, sigo con el relato:
"Había dormido poco. En contra de mi costumbre, apenas había pegado ojo. Inquieto,
nervioso, expectante, dando vueltas en la cama, la noche se me había hecho
agotadoramente larga, eterna, interminable.
Somnoliento, pero excitado, con los ojos hinchados, formaba junto a mis compañeros. El de mi derecha tenia escrito sobre la chichonera: "Madre no me abandones". Había algunas más con frases parecidas. La mía estaba en blanco, no tenía nada escrito y tampoco había querido escribir nada.
Los paracaídas pesaban y el calor empezaba apretar. Hasta mis oídos llegaba el ruido peculiar de petardeo asmático de aquellos viejos y enormes motores expulsando humo, llenando el limpio ambiente de la escuela en Alcantarilla con el olor del combustible, que siempre tuve la impresión que se desperdiciaba más que se consumía.
La espera se hacía interminable. Algunos compañeros empezaron a sentarse, apoyando paracaídas con paracaídas. El problema venía luego para levantarse.
Cansado, entorné los ojos para evitar el reflejo del sol sobre el terreno que hería mis pupilas.!!Por fin había llegado el gran día, el momento por el cual me había alistado!!… ¡Era la hora de la verdad!
Atrás quedaban los innumerables saltos dados desde la torreta de entrenamiento. Los imaginarios contactos con el suelo para aprender a caer sobre glúteos, rotar, voltear sobre la espalda para descargar el impacto.
La teórica con sus interminables preceptos y conceptos. Las charlas con los superiores sobre el compañerismo, superación y el valor. Todo aquello había quedado atrás.
Ahora, delante de mí solo tenía un espacio de terreno inmenso, sobre el que se reflejaba el sol, y un reto. También una pregunta:.. ¿Sería capaz?
Curiosamente nunca me la había planteado con anterioridad, mucho menos de aquella forma. Sin embargo en aquel momento, de forma sibilina, traicionera, me había asaltado, sorprendiéndome…..!Por supuesto que sería capaz!
No pasaba por mi imaginación el regreso a casa, vencido, abatido, derrotado, con el orgullo mancillado….. ¡Menudo espectáculo! Después del trabajo que me había costado convencer a mi padre para que diera su autorización…! No, ahora no podía fallar!
Malhumorado, deseché tan inoportuna interrogante que ponía en duda mi hombría, mi fuerza de voluntad y decisión.
Nos mandaron poner en orden de revisión, mientras un viejo Junker aparecía, por fin, delante de nosotros. Nos revisaron los paracaídas, los pasadores y las navajas. Todo en orden.
El primer pelotón marchó hacia el avión, y fueron desapareciendo en su interior.
Muy despacio, quejándose del esfuerzo a que era sometido, el viejo Junker fue cogiendo velocidad y muy lentamente elevó el vuelo. A este destartalado y obsoleto avión de
No perdíamos ojo de su vuelo casi planeador. Fuimos conscientes del momento que “cortaban motores” bajaban revoluciones y prácticamente se detenían en el aire. Levantando las manos, señalándolos, gritábamos alborozados: “! Ya saltan, ya saltan!” , y empezábamos a contar: ….”Uno, dos, tres, cuatro…..” De pronto algo falló; el salto se interrumpió.
Nos mirábamos interrogantes, sin saber que podía haber sucedido. No habíamos visto nada anormal, salvo que se había interrumpido.
Cuando el avión aterrizó, nos enteramos que un compañero se había negado a saltar. El pánico superó la voluntad impidiéndole lanzarse al vacío. El llanto tomó protagonismo nublándole la razón y el instinto de supervivencia se había impuesto anulando el arrojo que se le suponía.
La escena nos conmovió y vi la duda reflejarse en más de un rostro, mientras le veíamos descender del avión con la cabeza agachada y la vergüenza reflejada en su rostro Con aquello no contábamos. (Fue lamentable verlo marchar llorando al día siguiente)
Tras los inevitables comentarios, que se produjeron en todas direcciones y para todos los gustos, retomamos las posiciones. En mi pelotón hubo un intercambio de miradas intentando transmitir confianza, y a la voz enérgica, segura, dada por uno de nosotros:!Venga, vamos!, nos pusimos en marcha.
Yo iba el último, por mi estatura me correspondía saltar el primero.
Conforme nos acercábamos, el ruido de los motores, el humo, el olor insoportable,
penetrante del combustible que impedía respirar, se apodero de mí. No oía nada
aparte de los motores.
Cuando puse las manos en el fuselaje para subir las escalerillas, sentí las
vibraciones de aquel monstruo agónico que se estremecía con vida propia.
Sentado de forma precaria en el exiguo asiento, observé los rostros de mis compañeros deformados por las cintas de las chichoneras que de tan apretadas, distorsionaban los rasgos faciales, dándoles una apariencia desconocida.
El avión enfiló la pista y sentí en mi cuerpo los baches como si de un coche cualquiera se tratase. De pronto no sentí nada, una gran ingravidez se apodero del interior del avión. Desaparecieron los baches, el contacto de las ruedas sobre la pista, la unión con lo físico, lo terrenal. El ambiente había cambiado: incluso el ruido de los motores era distinto…..!Estábamos volando!
Giró y tomó altura. A la orden del jefe de salto, nos pusimos en pie y enganchamos en la barra estática conforme nos habían enseñado, teniendo sumo cuidado de no introducir el correaje por debajo del brazo, tratando de guardar la distancia para no tropezar con el compañero. En mi cerebro se agolpaban todas las enseñanzas recibidas que repetía mentalmente con insistencia.
Me arrodille en la puerta, sujetándome con las manos por fuera, esperando la orden de saltar.
Debajo de mí veía cuadros de colores y nubes que se deshacían caprichosamente, formando nuevas figuras, mientras el aire acariciaba mi cara. Mi mente se había quedado en blanco. Todas las enseñanzas habían desaparecido. De pronto sentí un golpe fuerte sobre el hombro que me sacó de mi plácida visión y me lancé.
Nos habían enseñado que debíamos contar tres segundos y que si pasados estos no se abría el paracaídas, debíamos abrir el de pecho. Para estar seguros de que había pasados los tres segundos, debíamos contar en cifras de tres, esto es: 365, 366, 367; para mayor seguridad, debíamos incluir una cuarta y entonces abrir el de pecho.
Yo caía y de pronto sentí un fuerte tirón hacia arriba. Sorprendido mire y vi sobre mi cabeza la seda blanca que me suspendía en el aire. No había contado nada, ni un segundo, ni dos ni tres ni ná de ná. Si hubiese seguido cayendo me habría parecido lo más natural, posiblemente hasta que mi instinto de supervivencia me hubiese devuelto a la realidad y Dios sabe si a tiempo.
Recobrado el sentido del momento y del lugar, lo primero que advertí, es que reinaba un silencio absoluto; una sensación de paz desconocida de lenta secuencia me rodeaba, inundando mi ánimo. Me sentía maravillosamente bien flotando en el espacio.
Con sumo cuidado atraje hacia mí la cinta derecha delantera para soltarla de inmediato al ver como el paracaídas se iba hacia delante velozmente en esa dirección.
A pesar de la sensación de fragilidad del paracaídas, me sentía seguro. Los cuadros de colores que había visto al principio, iban tomando cuerpo, aumentando progresivamente de tamaño y empecé a distinguir algunas casas. Unos pájaros pasaron por debajo de mí, y a la derecha distinguí dos paracaídas más que bajaban majestuosamente. A mi izquierda, en la distancia, algunos árboles se empezaron a perfilar, y eso me hizo tomar conciencia de que el suelo se aproximaba, y a partir de entonces centré mi atención en el inminente contacto.
Cuando éste se produjo, recobrado de nuevo el sentido del contacto con el suelo, tras comprobar que no había sufrido lesión alguna, empecé a recoger el paracaídas como nos habían enseñado para guardarlo en la bolsa.
Detrás de mí escuché gritos y vi a dos compañeros que ya habían tomado tierra y daban saltos de alegría, riendo y cantando. Me sumé a ellos agarrándonos de los hombros girando enloquecidos y riéndonos como críos.
Después de la tensión pasada, ya con la bolsa del paracaídas al hombro, mientras caminábamos hacia el punto de reunión, sentía unas ganas enormes de dar otro salto, pues aquel me había parecido poca cosa.
Esta es la historia de mi primer salto, cuyo recuerdo guardo entre jirones de neblinas como las que se paseaban por debajo mío el día que me sentí flotar por primera vez en mi vida y miré a los pájaros a los ojos con un gesto retador."
Por Valentín García Carballo
Encuentro
de Veteranos en Paracuellos en el que yo era portador del banderín
de la
asociación de aquí, de Alicante.
Formado entre el grupo de
veteranos dispuestos a desfilar, el frío hacia mella en mi cuerpo y el recuerdo
en mi mente.
A mi lado, en posición de firmes, con mejor aguante que yo, los compañeros sufrían los rigores del gélido aire que azotaba implacable mientras escuchábamos la oración a los caídos.
Los bandazos de frío viento, apenas me permitían sentir la mano que sostenía el guión. Las fuertes ráfagas arremetían sin compasión y su fuerza hacia oscilar el banderín y a su portador que era yo.
Los pendones y orlas que colgaban, golpeaban inmisericorde al compás del aire
sobre mi rostro recordándome las muchas “caricias” recibidas en mis años como
paracaidista. Al contrario que aquellas, estas las recibía consciente del
mérito que representaba el momento y el lugar.
Ya en posición de descanso con el cuerpo aterido y los miembros adormecidos por el frío tras el largo espacio de tiempo permanecidos en firmes, se nos recomendó mover, en la medida que pudiéramos, piernas y cuerpo para que reaccionasen y desfilar sin mayores dificultades.
Con palabras de ánimos que brotaban de nuestros mandos, en un intento innecesario de motivarnos, empezamos nuestro particular desfile, que cerraba la formación.
Al compás de
trompetas y tambores,marcando paso, apretando filas, escuchábamos
palabras de aliento que surgían de nuestro grupo: “!ahí vamos!...!Esto es lo
nuestro! ¡Así, así…. así!...! Vamos, vamos!",… mis ojos se llenaban de
rebeldes lagrimas producto, tanto de la emoción, del sentimiento reprimido,
como del frío cortante procedente de mi
querida sierra madrileña, que me castigaba el rostro
Con la respiración entrecortada por el paso rápido marcado por la banda de música y el braceo enérgico, varonil, impuesto por nuestro ánimo de hacerlo bien, sonaban en mis oídos, los aplausos y vítores del público que aclamaba la formación de estos, nosotros, vosotros, veteranos paracaidistas. Al escucharlos, me pecho se inflamó de orgullo patrio y personal….!!Había valido la pena!!
Los gritos sinceros y calurosos aplausos premiando y reconociendo el sentimiento y espíritu que anida en nuestros viejos, curtidos corazones, eran el mejor premio que podían brindarnos. Pero aun cuando no hubieran existido, habrían bastado las miradas que nos dirigimos los unos a los otros al finalizar, para sentirnos más unidos y satisfechos de nuestro comportamiento y haber pertenecido al glorioso cuerpo paracaidista.
EL PARACAIDISMO QUE YO CONOCÍ
Por Valentín García Carballo
El paracaidismo que yo conocí, practiqué y en el que
serví, tiene poco que ver con el actual. El nuestro era un paracaidismo
incipiente en España, cuasi experimental.
Carecíamos de lo más elemental. Apenas disponíamos de lo
básico para llevar a buen término el concepto de paracaidismo. Mejor testimonio
que yo, lo pueden dar compañeros combatientes de Sidi-Ifni, que, afortunadamente y
espero que por muchos años aun, siguen entre nosotros y conservan una admirable
memoria.
Ahora están mejor preparados y dotados con medios apropiados, tanto a nivel material
como humano. Carencias que nosotros
suplíamos con iniciativa y tremendo entusiasmo, valores estos siempre
presentes en los genes del soldado español que son los que han mantenido muy
alto el pabellón patrio.
Allá donde se produce una penuria de medios, fluye el
entusiasmo, el valor y el coraje inherentes a la marca España. Nuestra Historia
tiene pruebas sobradas de ello y da fe de la constancia y adaptación de la que
somos capaces de realizar cuando se nos exige algún triunfo sin tener medios
para lograrlo.
Buenos y malos militares siempre los ha habido y
siempre los habrá. Los de mi época, posiblemente no eran mejores ni peores que
los actuales, pero sí se comportaban de forma distinta.
La disciplina se llevaba en la mano y se aplicaba con
prodigalidad sin temor a las consecuencias. Y allí donde no llegaba la mano con
intención de herir bajo la excusa de aplicar disciplina, lo hacia la palabra y
también la obra.
Es impensable que en la actualidad, por mucha
disciplina que se maneje en un cuerpo militar,
se aplique a soldado alguno, el régimen disciplinario que se aplicaba
entonces.
Y aquí es donde entra en juego la contradicción
siempre presente: pasamos de un estadio temporal y de acción a otro complemente
contrario, sin transición ni medio de continuidad; de aplicar una disciplina
férrea, a una laxitud vergonzosa. De pedir condena y cárcel por un delito
menor, a la pusilánime y cobarde actitud del buenismo que todo lo arregla con
la demagogia tan exquisitamente expuesta y contemplada en lo que alguien dio en
llamar Alianza de Civilizaciones en la que se recoge con delicado y primoroso detalle que es mejor
morir que pegar tiros.
REFLEXIONES
Por Valentín García Carballo.
Escribir no resulta complicado cuando se tiene claro lo que se quiere decir. A partir de ahí sólo hay que dar forma al propósito.
Por Valentín García Carballo.
Escribir no resulta complicado cuando se tiene claro lo que se quiere decir. A partir de ahí sólo hay que dar forma al propósito.
El problema viene cuando se quieren plasmar
sentimientos en letra impresa. Es ahí donde el cerebro entra en contradicción
con el diccionario.
Que nadie es profeta en su tierra es un adagio que
todos conocemos. La razón oculta del trastorno que produce la chispa de la
inspiración, no siempre es bien comprendida.
Bajo el efecto de esta llama, el hombre viejo se consume por dentro, los errores se transforman en vanidades y el conocimiento de las reglas se esfuma cual efímera llama persiguiendo el oropel de la letra impresa.
Bajo el efecto de esta llama, el hombre viejo se consume por dentro, los errores se transforman en vanidades y el conocimiento de las reglas se esfuma cual efímera llama persiguiendo el oropel de la letra impresa.
La belleza al aliento de entusiasmo, al acento
fervoroso que inflama al autor, se mezcla desordenadamente en su intento de ser
fieles el reflejo impreso de los sentimientos.
Los viejos conocimientos de nada valen. La experiencia
se diluye buscando atajos que los años han borrado al mismo tiempo que las
flores que jalonaban el camino de la inspiración se marchitaron.
La lógica del razonamiento
que permite expresar conocimientos adquiridos, insta a emplear la sencillez de
los argumentos, y eso que en principio parece tarea fácil, termina por no serlo
y se torna farragoso.
El diccionario que todo escritor lleva como
formulario en el cerebro, cuando más
precisa de su complemento, es cuando se niega a facilitar su traducción a la letra
impresa. Entonces cunde el desánimo ante el gasto improductivo y la escasez de
ideas.
El oropel se trastoca en pésimas oraciones sin ningún
sentido que sólo se sirve para rellenar el espacio en el papel que desafía el
conocimiento. Se cae en la vulgaridad de la palabra, se entra en conflicto con
las figuras de dicción, con la sintaxis y se termina por confundir el sujeto
con el predicado. Y lo que parecía de oratoria sencilla, se convierte en un
tinglado de farsa que acaba designando la parte por el todo, el género por la
especie, la especie por el individuo. Y es justo ahí cuando de nuevo la
ignorante pedantería recupera su rostro que abandonó por un momento de inflada
inspiración. La fragilidad del entendimiento se convierte en un monstruoso ser
que devora con facilidad el escaso conocimiento
que termina compartiendo
espacio con el ego.
Escribir no es difícil cuando se sabe lo que se quiere
decir, el problema viene dado cuando se quiere traducir el sentimiento y para
ello se buscan cauces de difícil tránsito, de complicados andares que
entorpecen el caminar y desorientan al pretencioso escritor que termina por no
saber dónde se encuentra.
EL DESPERTAR DE UN
SENTIMIENTO
Por Valentin García Carballo
La otra noche trasteando
entre mis recuerdos musicales, encontré la grabación de un toque de silencio
que guardaba con mucho cariño.
Nada más verlo y
reconocer lo que era, supe lo que iba a suceder. Mi mente decía "NO"
pero el impulso nacido desde la nostalgia, desobedecía la imperiosa negativa
impuesta por el corazón...! VAS A SUFRIR!, me repetía la razón conociendo de
mis sentimientos.
Mis dedos jugaban al
escondite mientras se maliciaban el momento. En el fondo, solo se trataba de
ver cuándo. Una incertidumbre revoltosa que prolongaba la angustia parecía
divertirse poniendo a prueba la fuerza de la voluntad.
Cerré los ojos y me
abandoné por un momento. Aquel instante de debilidad, de flaqueza fue
aprovechado por ese halo malicioso que hizo añicos la débil resistencia que
ofrecía el núcleo de mi ser.
Mientras maldecía mi
ingenua oposición, un toque profundo, metálico, hiriente, se clavó en lo más
hondo de mi corazón. Aquel lamento de notas profundizó en mi alma soliviantando
sentimientos. Cada nota era una lagrima, y cada recuerdo un desgarro
sentimental.
La noche se detuvo, como
se detuvo tantas otras noches en el Aaiún y en mi querido Cuartel de Alcalá de
Henares. La magia musical impuso su voluntad doblegando sentimientos, y la
impotencia por sucumbir ante la debilidad, tomó su razón de ser.
El lamento musical
destapó el arca donde guardo recuerdos adormecidos entre sentimientos. Y aunque
no están todos los que son, si es cierto que no sobra ninguno de los que hay.
Mis ojos se cerraron y
mi corazón se abrió como se abría en aquellas lánguidas noches en el desierto y
más tarde, ya en Alcalá, en el patio desnudo, empedrado, cuando el sonido lastimero traspasaba sin
ninguna dificultad muros y ventanas adueñándose del tiempo y del espacio
trayendo a mi mente imágenes de mi casa, de mi padre, de mi novia.....
Noches eternas de jóvenes suspiros y melancólicas añoranzas impuestas, que las notas alargadas en su tristeza, convertían en impacientes deseos que traían el reflejo del hermoso rostro de una joven mujer, ahora marchitado con la huella del tiempo marcado sobre la piel.
Noches eternas de jóvenes suspiros y melancólicas añoranzas impuestas, que las notas alargadas en su tristeza, convertían en impacientes deseos que traían el reflejo del hermoso rostro de una joven mujer, ahora marchitado con la huella del tiempo marcado sobre la piel.
EL PODER DE LOS SENTIMIENTOS
Por Valentín García Carballo
Por Valentín García Carballo
Reflexionaba no hace mucho sobre la particularidad que
concurren en las circunstancias que dan fuerza a los sentimientos, que en
definitiva son los que marcan el devenir de cada quien. Por sentimientos nos
movemos, sufrimos y disfrutamos, aun cuando la balanza, desgraciadamente tenga tendencia a inclinarse mayormente del
lado menos agradable, sin ser por ello menos cierto que a veces los recuerdos
agradables también nos hacen sufrir. Esto es lo que sucede en mi caso, aquí y
ahora que me pongo frente al ordenador con el fin de ajustar recuerdos y
vivencias que ya nunca volverán.
Tengo 73 años y
en el cómputo de lo vivido, los dos transcurridos como paracaidista apenas
significaron un pequeño y cuasi intrascendente tic. tac., en la vida de mi
reloj biológico. Fueron dos años de obligado cumplimiento que decidí pasar en
un cuerpo de ejército donde me dijeron que se comía bien y además pagaban
algunas pesetillas. Aquello me permitió expulsar fuera el hambre asentado en mi
estómago como huésped permanente e indeseado.
En aquellos dos años, nada aprendí. La disciplina
ya la traía yo de la calle y la
obediencia formaba parte de mi carácter. Cumplí con mi deber de militar como se
me exigía que debía cumplir: con obediencia y disciplina (nunca sufrí un
arresto superior a una pérdida de
pernocta); y aceptado que fue por mí
este principio de forzosa observancia, la misión que me encomendé a mí
mismo fue dejar transcurrir mi etapa paracaidista sin excesos conflictivos a la
vez que procuraba no perder la fe que
siempre fue mi guía. Entiendo que lo conseguí pues finalizados mis dos años, a
mi licencia, aún seguía confiando en la humanidad.
No dejé huella
de mi estancia ni mérito alguno por el que se me recordase, aunque es más
cierto que en mí, quedó la huella que dejaron otros. Tampoco me llevé enseñanza
digna de valoración ni se valoró mi paso y dedicación.
Mi intención de
futuro se encontraba fuera de las paredes del cuartel, más allá de la
perspectiva que me ofrecía el Ejército, lo que me llevaba a no prestar excesiva atención a
circunstancia ajena a las órdenes que recibía, que eran las que conformaban mí día a día paracaidista.
Los primeros seis meses tras mi licencia ya como
civil, resultaron una dura experiencia que me hicieron vacilar introduciendo
una duda más que razonable en mi ánimo. Dudaba si volver o no, si valía la pena
el sacrificio que adivinaba fuera de lo que dejaba atrás.
Había vuelto el
hambre como inquilino testarudo de mi estómago y al que yo creía desahuciado. El toque de fajina ya no sonaba, aun cuando en
los momentos en que más apretaba la apetencia y el ruido en las tripas vacías
hacia volver la cabeza de quien lo escuchaba, el sonido de corneta llamando a
comer parecía acariciar mis oídos. Sin
yo pretenderlo, el instinto de supervivencia que siempre había anidado en mí,
me había abandonado. De nuevo me veía obligado a tomar decisiones por mi cuenta
para sobrevivir en un mundo que se me antojaba desconocido y hostil.
Me sentía desplazado, inmerso de nuevo en la mísera
soledad que era la que me había llevado a ofrecerme como voluntario
paracaidista. Aquella situación me traía recuerdos de compañeros que al igual
que yo, fueron paracaidistas, más por necesidad que por vocación. Pero la
penuria, la miseria obliga y llegó un
momento en que me olvide que un día fui paracaidista. Dediqué mi tiempo y mis
fuerzas a labrarme un futuro con el fin de crear un hogar y una familia.
Así fueron pasando mis días sumergido en una lánguida
asepsia de memoria hasta que en contra
de lo que yo podía imaginar, un día el paracaidismo vino de nuevo a mi
encuentro. Fui consciente que mi desmayada memoria me había mantenido ausente
de lo que un día formó parte de mi historia paracaidista, como si fuese algo
ajeno a mí y nunca hubiera existido.
Fue la casualidad, ya en mi dorada y otoñal situación
de jubilado, la que provocó el encuentro
que me devolvió la perdida memoria y ensambló emociones. De pronto se hizo la
luz y el recuerdo tomo cuerpo.
Aparecieron flashes de sentimientos adormecidos,
que nunca desterrados. Caras,
nombres, lugares, situaciones de
reconocida vivencias, formaron un calidoscopio de fulgurantes colores que me
deslumbraron.
La nueva situación me llevó un tiempo y no poco
esfuerzo hasta que la visión recuperó la nitidez precisa para distinguir lo que
siempre se había mantenido en mi interior a pesar de mi ceguera ocasional.
Entre jirones de penumbra, aparecieron en el horizonte sombras que poco a poco,
tomaron forma. Y lo hicieron cargadas de recuerdos que abrieron de nuevo el
rinconcito que todo paracaidista lleva escondido en su interior donde se
albergan los sentimientos. Sentimientos que en mi caso no cesan de golpear
rudamente el corazón y me obligan a morderme los labios para soportar el furor
de sus desbocados y renacidos latidos.
LA
GENEROSIDAD DE LOS REYES MAGOS
Por
Valentín García Carballo
Recuerdo
de niño la noche de Reyes Magos...! Cuanta ilusión!
La imaginación vagaba generosa llenando los
espacios imposibles de ocupar por la inmensidad del deseo. Era tanta mi
capacidad para imaginar que se habría precisado algo más que los camellos de
tan generosos monarcas para transportar la ilusión que ocupaba mi seducida
mente de crio.
Yo
sabía que no habría ningún juguete. Si acaso algunos calcetines, o como mucho,
una humilde camisa. La posición económica de mi padre no lo permitía....! Pero
no importaba!.. La ilusión cubría todas mis necesidades.
Conforme
nacieron mis hijos y cumplían años, me volcaba en darles a ellos los juguetes
que yo no pude tener. Disfrutaba jugando, siendo uno más, enseñándoles cómo
manejarlos, montarlos y hacerlos funcionar. Seguro estoy que el que mejor lo
pasaba era yo.
De
hecho, en alguna ocasión, me recriminé convencido como estaba, que la mayoría
de los juguetes se los regalaba pensando más en mí que en ellos.
Trenes
eléctricos para montar vías sobre un enorme tablero que el resto del año
guardaba en el trastero por su tamaño. Scalectrix con complicadas y elaboradas pistas
que ocupaban la habitación, por donde corrían raudos bólidos de llamativos colores....
¡Malhaya sea quien quiera que le quite la ilusión a un niño! Todo aquello
terminó cuando mis hijos perdieron la inocencia y me aseguraron que los Reyes
Magos no venían de Oriente, que ya sabían quiénes eran.
Ahí, se
perdió la magia, el atractivo que representaba tener guardados los juguetes
para que no los descubrieran antes de tiempo. Ahí se perdió la ilusión de las
muchas horas empleadas en la noche mágica empaquetando y distribuyendo los
regalos por la casa para sorprenderlos y disfrutar con la carita de asombro y
sorpresa que me regalaban según iban descubriéndolos a la mañana siguiente.
Noche
de Reyes, que seguro estoy que el que menos dormía en casa era yo. Al hecho de
haberme acostado tarde por el tiempo empleado en prepararlo todo, se unía estar
pendiente del menor ruido por ver si se
levantaban, pues no me quería perder ningún gesto ni detalle.
La
ilusión es el mejor regalo que se puede
dar a un niño. Cuando se pierde la ilusión, el juguete sube de precio.
Pierde calidad y resulta mucho más costoso. No tiene el mismo valor el regalo
que se hace sabiendo que tus hijos lo
esperan con la ilusión intacta, soñando en los Reyes Magos, que cuando
dicen conocer la procedencia.
En una
conversación sin mucha profundidad teológica mantenida con un amigo respecto de
la fiesta de los Reyes Magos y de la ilusión infantil que conlleva, le
comentaba a este buen compañero, que la
vida se compone de ciclos de más o menos duración en el tiempo.
Los ha
sufrido la Naturaleza representado en periodos de frío y calor; grandes
inundaciones y temibles sequías; abundancia de cosechas y enormes extensiones
de páramos yermos donde no ha crecido la hierba. Ha precisado del Caos para volver a renacer. Eso se llama
Evolución.
Y los
ha sufrido la Sociedad que no es ajena a estos cambios, aun cuando se mueve de
forma caprichosa sin mucho rigor en su cometido por ser estos ciclos de menor
duración, más permeables, menos rígidos y por tanto sujetos a la disponibilidad
del pensamiento con continuos signos de reconocimientos emocionales. Ha pasado
por ciclos de fanatismo, de luchas religiosas, de exacerbación en la fe.
También por el escepticismo, el romanticismo y por ultimo por el pragmatismo y el materialismo.
Hoy, se
tiene más fe en la tecnología que en Dios. Se confía más en la electrónica que
en los milagros. Se ha pasado de adorar al Hacedor, a rendir pleitesía a la
Ciencia de los hombres. Eso también es Evolución.
El
problema se plantea cuando estos cambios de ciclos se producen en medio de una
generación. Cuando vives el periodo de la transición de dos ciclos y pasas del
romanticismo, de la ilusión, del sentimiento mecido en la ternura, al materialismo y practicidad sin
sucesión de continuidad en el tiempo. Ahí, es donde más se delatan las
contradicciones de reconocimientos emocionales.
Continuaba
mi argumentación haciéndole ver que para sus nietos y los míos, estos
sentimientos nuestros de juveniles ilusiones conservados en alcanfor que la
edad en el tiempo va arrinconando, serán conceptos abstractos que tendrán el
valor que se da a una fotografía deslucida y marchitada por el transcurso de
los años.
Se ha
cambiado la ilusión del niño por la urgencia y saturación del compromiso. La
abundancia ha matado el sueño infantil…..!Qué distinto de nuestra época, donde
la ilusión era el más preciado de los juguetes!.....La carencia se suplía con
enorme eficacia por el poder de nuestra
mente infantil…...! El juguete!, ese raro artilugio que
solo unos pocos privilegiados sabían de su existencia y manipulación, era para
nosotros un adorno en el escaparate de la tienda que veíamos con la nariz
pegada al cristal.
Será
porque nunca los tuve, pero lo cierto es que tampoco los eché en falta ni sufrí
por su carencia: Canicas, carretes de hilo, cajas de cartón de zapatos, cañas,
tirachinas, tacones, chapas de botellas, pelotas hechas de trapo y de cuerdas,
huesos de ternera para jugar a la "Taba", cuerdas para saltar, un
humilde trozo de yeso para pintar en el suelo...!Y cómo no!, moscas, arañas,
lagartijas, ratones, mariposas, piñas
que coger en lo alto del pino, piedras y
cualquier otro objeto en el suelo a los que dar puntapiés, eran mi arsenal de
juguetes....Con todo este material que nunca faltaba: ¿Qué necesidad teníamos
del sofisticado juguete que lo único que conseguía era matar la iniciativa
juvenil?
La
ilusión es lo último que no se debe robar al niño. Un niño sin ilusión carece
de iniciativa. Los padres deberíamos ser los guardianes y custodios de ese don
tan preciado para que nunca les faltase, no ya en el tema de Reyes Magos y
juguetes, que también, sino durante el resto de su vida.